Alejo Carpentier
Alejo Carpentier,
Vida
Alejo Carpentier y Valmont (Lausana, Suiza, 26 de diciembre de 1904 - París, Francia, 25 de abril de 1980). Escritor cubano.
La familia Carpentier se instala en La Habana entre 1908 ó 1909.
Hijo de un arquitecto francés y una profesora rusa, inicia estudios de arquitectura en 1921, que abandona dos años más tarde, pasando a ejercer como periodista en las revistas Hispania, Social y Carteles, destacando también como musicólogo. En 1924 es nombrado redactor jefe de la revista Carteles. Encarcelado en 1927 por su actividad política de oposición al dictador Machado, en 1928 abandona Cuba para establecerse en París. Allí se dedica a actividades relacionadas con la música, siendo corresponsal de diversas revistas culturales cubanas.
[Texto de la Biografía de Alejo Carpentier en “Cervantes Virtual” https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/creadores/argel_alejo_carpentier.htm]
La música en su vida
Allí [en Cuba] estudió piano, teoría musical, armonía y orquestación. Compuso varias obras para piano y orquesta de cámara. Aunque no le daba un gran valor a sus composiciones, es a través de éstas que descubre su vocación literaria…
Así lo recordaba en una entrevista en 1963:
"Me parecieron verdaderamente, o me dieron la impresión de que no eran muy buenas, de que no estaba verdaderamente dotado para ello: eran un poco impresionistas, entre Ravel, Debussy, con algunas durezas adquiridas al leer a Stravinsky, a Milhaud y otros (…). En aquel momento, pues, sentí definitivamente mi vocación literaria y así comencé a escribir."
Aún así, nunca abandonó del todo la música. A lo largo de su vida, Carpentier escribió una gran cantidad de críticas musicales sobre los más variados temas. Estas críticas están recogidas principalmente en los volúmenes Ese músico que llevo dentro, Crónicas y Temas de la lira y del bongó. Su libro La música en Cuba, publicado en México en 1946, es el primer tratado de historia musical de Cuba. El amplio conocimiento y experiencia de Carpentier en la música se ven plasmados en toda su obra literaria. Por ejemplo, en El acoso (1956), novela corta que narra la huida y asesinato de un joven en La Habana de los años 1930, Carpentier se propuso alinear el tiempo de la acción con la duración de la Sinfonía Heroica de Beethoven. Dicha obra musical aparece en la novela en una ejecución en vivo y también en una grabación de gramófono.
[Texto de Kathia Chornik recuperado de Alejo Carpentier, el excepcional escritor cubano padre de "lo real maravilloso" y músico de la palabra. https://www.bbc.com/mundo/noticias-52411546]
Cuando A. Carpentier respondía la pregunta" ¿qué diferencia hay entre el realismo mágico y lo real maravilloso?", tenía en mente el libro de Roh y no, significativamente, la definición de M.A. Asturias. De acuerdo con el novelista cubano, pensamos que la denominación de "realismo mágico" hecha por la crítica a determinada realidad literaria de los últimos veinte años estuvo motivada por las reflexiones de Franz Roh.
(...) lo que él llamaba realismo mágico era sencillamente una pintura donde se combinan formas reales de una manera no conforme a la realidad cotidiana […] También Franz Roh (sic) consideraba que el realismo mágico era representado por la figura de Chagall, donde se veían vacas volando en el cielo, burros sobre los techos de las casas, personajes con la cabeza para abajo, músicos entre nubes, es decir, elementos de la realidad pero llevados a una atmósfera de sueño, a una atmósfera onírica. (A. Carpentier, [1976]: pp. 71-72)
[Texto de Marcone, J. (1988). Lo “real maravilloso” como categoría literaria. Lexis, 12(1), 1-41. https://doi.org/10.18800/lexis.198801.001]
Carpentier despedaza las búsquedas de las vanguardias europeas con el fanatismo de un converso. Hay que recordar que el escritor cubano pasó muchos años en París y que fue un alumno aventajado de los surrealistas, al punto que su novela Ecue-Yamba-O no podría entenderse sin lo aprendido en dicha escuela europea. Carpentier escribió también muchos artículos que ensalzaban el trabajo de Breton, de Chirico y otros artistas europeos de vanguardia. Sin embargo, su retorno al continente americano lo llevó a rectificarse. Obsesionado como estaba en el deseo de encontrar una forma propia de narrar la realidad y la historia americanas, pronto llegó a la conclusión de que las vanguardias europeas lo llevaban a un callejón sin salida. Se trataba de una “artimaña literaria”, de “trucos de prestidigitación” que no remitían a verdaderas realidades. Para colmo, esos artificios se habían convertido muy pronto en fórmulas automáticas, lugares comunes que empobrecían al artista: “a fuerza de querer suscitar lo maravilloso a todo trance, los taumaturgos se hacen burócratas”.
El punto de partida del ataque de Carpentier –las vanguardias de las primeras décadas del siglo veinte– se convierte pronto en una demolición de prácticamente todo el arte europeo. Los europeos, dice Carpentier, buscan lo maravilloso desde la literatura medieval –se menciona a Merlín y el ciclo de Arturo–; Sade, Jarry, Lewis, “la utilería escalofriante de la novela negra inglesa”, son también mencionados. La sugerencia del escritor cubano es que todo eso es artificial: el arte es artificio si no condice con la realidad. Y la realidad europea no es maravillosa…
Ante el colapso europeo, Carpentier redescubre América. En ese redescubrimiento no se encontraba solo. Las ideas mundonovistas en la literatura latinoamericana de principios de siglo habían dado movimientos tan importantes como el regionalismo de los años veinte, y luego evolucionaron, en los años cuarenta, con la aparición de lo que el crítico uruguayo Ángel Rama llamaría en su obra “narradores de la transculturación”: esto es, escritores como José María Arguedas, Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos y el propio Carpentier, que intentaban dar cuenta narrativa de la compleja mezcla de culturas en América Latina (Rama, 1982). Emir Rodríguez Monegal también menciona “un crecimiento de la conciencia nacional… que estimula la obra de ensayistas que se vuelcan cada vez con más ahínco a una doble indagación del país y el ser latinoamericano” (citado por González Echevarría, 1974: 11-12).
He ahí, dice Carpentier refiriéndose a Haití en su “Prólogo” a El reino de este mundo, un lugar donde lo “real maravilloso” se encuentra en cada rincón y en cada momento: “Había respirado la atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas” (2007: 12).
Significativamente, lo encontrado en un lugar de América luego se convierte, para Carpentier, en una metonimia de todo el continente americano. Lo real maravilloso se esencializa y se torna en “patrimonio de la América entera” (12).
Por supuesto, las búsquedas artísticas del escritor cubano no son menos artificiales que las del surrealismo europeo. Lo interesante, aquí, es destacar la forma en que se legitima un proyecto literario: a través de la contraposición con el arte europeo y su posterior descarte, y a través del gesto político, controvertido de dar a un aspecto del continente una cualidad esencialista capaz de generalizarse a todo el continente. Así, un proyecto literario se transforma en, a la vez, una ontología y una gnoseología…
[Texto de Edmundo Paz Soldán; Alejo Carpentier: teoría y práctica de lo real maravilloso; para “Anales de Literatura Hispanoamericana, 2008, vol. 37]
El siglo de las luces
Alejo Carpentier (Lausana, Suiza, 1904-París, 1980), apologista incansable de la revolución cubana, publicó en 1962 El siglo de las luces, una novela que abordaba la paradójica relación entre el despotismo y los cambios revolucionarios. La peripecia de Víctor Hughes, un aventurero que exportaba al Caribe la Revolución francesa, apunta que el poder revolucionario desemboca inevitablemente en el cesarismo del poder absoluto. Las utopías cantan las alabanzas de un orden nuevo, escondiendo que su despliegue nunca es incruento. No parece casual que la novela de Carpentier comience con una página de estremecedora belleza, donde Esteban, un joven revolucionario que ya empieza a paladear el amargo sabor del desengaño, contempla la guillotina ubicada en la proa del barco en el que viaja. La nave ha partido de Europa con destino a América, animada por el deseo de extender la Revolución al nuevo mundo. La Máquina ocupa la proa, con la apariencia de una vieja deidad hambrienta de sacrificios. Parece incomprensible que un instrumento terrorífico constituya la vanguardia de una sociedad igualitaria…
Carpentier escoge La Habana como punto de partida de su ambiciosa novela. A veces la perspectiva periférica resulta más esclarecedora que la visión desde el centro. Los protagonistas no son los pobres y oprimidos, sino tres jóvenes huérfanos pertenecientes a la burguesía. Tras la muerte de su padre, un rico comerciante criollo, Sofía y Carlos descubren el placer de vivir de forma ociosa y caótica […]. A pesar de su fortuna, el padre había descuidado su hogar desde el óbito de su esposa, víctima de una virulenta gripe. Lejos de parecer una mansión, la vivienda podría confundirse con una almoneda, con muebles arruinados por la humedad, estatuas sucias o rotas, cortinas polvorientas y porcelanas de colores desvaídos. Sólo los cuadros introducen una nota de belleza y equilibrio, pero también de fatalidad y tragedia, particularmente la apocalíptica “Explosión en una catedral”, con sus toneladas de piedra desplomándose sobre unos feligreses aterrorizados. Durante meses, los tres jóvenes transformarán la casona en el escenario de sus juegos, divorciándose de la realidad circundante…
La casa deja de ser un conjunto de estancias para convertirse en un laberinto inextricable, con atajos, escondites y distintas alturas. El juego perpetuo orquestado por los tres adolescentes se retuerce hasta transformar la vivienda en un teatro que escenifica los acontecimientos del mundo exterior, pero sin involucrarse en sus vicisitudes […]. No importa que sean lectores voraces de Spinoza, Diderot y Voltaire. Contemplan los hechos desde lejos, con la perspectiva de un espectador de ópera o de un loco atrapado por un delirio florido. Todo cambia cuando aparece Víctor Hughes, un apuesto negociante marsellés que había entablado relaciones comerciales con el padre difunto. Su irrupción abre las puertas del mundo real, con sus pasiones y desengaños. Con la presencia de Hughes, masón e hijo de un panadero, “toda una escenografía de sueños se venía abajo”. Sofía descubre la sexualidad, que había ignorado hasta entonces, espantada por el carácter irracional del deseo. Carlos repara en que la vida es mucho más seductora que su representación. Esteban se atreve a soñar con una salud insolente, arrolladora. Para celebrar los cambios, los cuatro bailan embriagados, con una alegría pagana, libre de fantasías platónicas y sentimientos de culpa. Empiezan las salidas al exterior.
El tema del doble no es algo ocasional, sino un aspecto esencial de una novela que presenta a todos sus personajes desdoblados en identidades cambiantes. El sexo es una de las fuerzas que desdobla a los personajes, obligándoles a liberar sus pulsiones más íntimas. La otra fuerza es la voluntad de poder, que puede manifestarse como impulso dominador o como explosión liberadora.
[Texto de Rafael Narbona, El Siglo de las Luces: Alejo Carpentier a la caza del Leviatán, (2017) para “Elcultural”; https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/entreclasicos/20170307/siglo-luces-alejo-carpentier-caza-leviatan/199100092_12.html]
Alejo Carpentier escribe la novela entre 1956 y 1958, instalado en dos de los escenarios —la isla de Guadalupe y Caracas— por los que se moverán estos personajes, traídos y llevados por las distintas oleadas de cambios que la Revolución provocará en las Antillas. Regresará a Cuba en 1959, cuando Fidel Castro consigue derrocar a Batista; de ahí, se trasladará a París como representante diplomático. La trama histórica de El siglo de las luces se aviene, por tanto, con las circunstancias históricas del presente en el que se halla instalado Carpentier, un escritor dotado de una fina sensibilidad y de una extraordinaria cultura, que vuelca en un minucioso recorrido histórico de los diferentes movimientos políticos y militares que se suceden en esas décadas finales del siglo xviii, tanto en Europa como en las Antillas, con prodigiosas descripciones de la naturaleza caribeña (sus costas, la selva y, sobre todo, el mar).
Son varias las referencias al ajedrez que se deslizan en la compleja trama argumental de esta obra que se divide en siete amplios capítulos y cuarenta y ocho epígrafes. Así, cuando se instaura el Régimen del Terror en Francia, las pertenencias de los guillotinados se subastan y sus objetos remiten al antiguo orden que está siendo demolido: «Aparecían baterías de cocina, salseras armoriadas, cubiertos de plata, piezas de ajedrez, tapicerías y miniaturas» (II.xxi). Más adelante, cuando Víctor Hugues, conforme a hechos reales, logre que triunfe la revolución en Guadalupe, es mostrado exultante de poder con esta imagen: «Vuelto a la arrogancia de los primeros tiempos, el Investido de Poderes se otorgaba a sí mismo, a la hora del ajedrez y de los naipes, el papel de único Continuador de la Revolución» (III.xxvi), desligado, en suma, del ocio burgués…
Ayuda, por tanto, este rastro de referencias ajedrecísticas a seguir el derrotero de los cuatro personajes —uno histórico, tres ficticios— por el inestable tablero de las guerras y de las revoluciones que sacudieron el Siglo de las Luces.
[Texto de Fernando Gómez Redondo, El ajedrez y la literatura (110). Alejo Carpentier, El siglo de las luces (1962); para “Rinconete” en Centro Virtual Cervantes; https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/mayo_20/12052020_01.htm]