Los cuatro viajes del almirante y su testamento

Cristobal Colón, Los cuatro viajes del almirante y su testamento

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1) Colón, nacido para la mar.

Colón nació -Dios sabe dónde- para que España redimiera a un mundo irredento. Nació para eso y, por lo tanto, nació en eso. Su partida de nacimiento es su punto de partida. Su punto de partida y de llegada, porque en la mañana de Palos ya amanecía América; esta América cuyo descubrimiento y cuidado le encomendaron los reyes «aunque no fuese sino piedras y peñas».

A él [Colón] se le cruzó la idea de comunicarse con el Asia por un camino distinto de los transitados hasta entonces, y, fuera de él o de otros, él se la comunicó a los reyes. Y acertó por eso: por lo que tenía de loco y de poeta; y por eso España se jugó en la empresa: por lo que tenía de locura y de poesía.

El eco de la voz que sonaba: «¡Ancha es Castilla!» despertaba ya en sus ojos la tentación de la anchura del Atlántico. España se lanzó al mar para evangelizar a los asiáticos tomándolos por la espalda o para evangelizar, en último caso, a los tritones y a las sirenas. Un botero cuya nacionalidad ignoraba le ofreció sus servicios, y con él partió, rumbo a la conquista de lo inconquistable, como sólo saben hacerlo las almas de rumbo. Partió, no en plan de colonización, sino de entrega; no para explotar una tierra, sino para volcar en ella su ser y su sangre, para volcarse con alma y vida. La traía un botero a quien ella llamó su almirante; pero las estrellas que a él le guiaban a ella le pertenecían: porque a ella estaba destinada -a ella, como administradora de las más altas aventuras- la alta condecoración de la Cruz del Sur.

[Ignacio B. Anzoátegui, en su “prólogo” a la edición de Espasa Calpe].

2) El encuentro con un mundo nuevo


Colón descubre un mundo nuevo. Ahora bien, si no acepta la realidad de este mundo tal como le viene dada, sino que, como es natural, la acomoda a unos conocimientos previos y a un criterio propio, desde el que procede a su interpretación. Este enfoque subjetivo de la realidad y refleja de manera muy clara en algo tan elemental como las palabras con que describe lo que ve, o mejor dicho, lo que cree ver. Existe, en efecto, un claro desajuste entre la capacidad cognoscitiva y el mundo circundante, que tiene por consecuencia, según es sabido, que Colón oiga cantar el ruiseñor o vea mastines y branchetes en unas Islas en las que jamás han existido. Pero Colón, un hombre maduro y curtido en mil viajes, tiene ya una experiencia colonial adquirida en sus navegaciones con los portugueses. Se trata de un hecho capital, ya que por fuerza esta experiencia se proyecta sobre las vivencias que siente en estas Indias por ti descubiertas y muy en especial sobre el lenguaje empicado en las descripciones.

[…] Incluso se producen asociaciones mentales parejas al ver o paladear frutos desconocidos. De los ajes «nacen unas raizes como [z]anahorias muy sabrosas: proprio gusto de castañas» afirma el Almirante (16 dic.; cf. 6 nov.); «inhames he hua ruiz como de cinoira ... e som de outro sabor assi como castanhas colerlnhas», se lee en el manuscrito Valentín Fernandez.

No sólo la vegetación le recuerda a África, sino que también en los ríos hay grandes lagartos, en las lagunas viven culebras, en los árboles se ven papagayos. Es más, a pesar del desprecio con que habla de Guinea, Colón ve a los Indios americanos con ojos avezados al África.

La experiencia africana es, pues, fundamental para comprender la actitud del Almirante al encontrarse con las Indias. Claro es que también actúa de manera imperiosa sobre Colón el mundo de lo imaginarlo, de lo leído en los libros, ese mundo que ti quiere a toda costa ver reflejado en la realidad…

                        [Juan Gil en la introducción a la edición de Alianza de los textos y documentos completos]

3) Mapas y multimedios