San Ignacio de Loyola
Padre de La compañía de Jesús
1) Sobre San Ignacio.
Podríamos empezar por identificarlo como aquel caballero y gentil hombre, el cortesano, el aguerrido, el herido de Pamplona, el buscador, el místico, el contemplativo, el enamorado, el compañero, el maestro de la sospecha y del discernimiento, el hombre de los Ejercicios Espirituales… hasta el fundador y Padre de la Compañía de Jesús. Y es que la biografía de San Ignacio de Loyola es tan amplia y diversa que podemos encontrar en él a un santo bien humano en cuya vida cualquiera de nosotros puede verse reflejado y sentirse identificado.
[Texto recuperado de https://ibero.mx/prensa/san-ignacio-de-loyola-un-loco-de-amor-por-jesucristo]
San Ignacio nació en Loyola (Guipúzcoa) en 1491. Recibió una educación pobre y elemental, con una base religiosa sólida (más por la intensidad de las repeticiones que por la calidad de los conocimientos). Dedicado a la milicia, adquirió cierto renombre a nivel local. Tuvo una intensa actividad tanto militar como cortesana (aunque no intelectual). Se volcó en la lectura de libros de caballería, lo que quizá le hizo tener grandes sueños de grandeza. Llegó a aspirar incluso al amor de la infanta Catalina, hermana de Carlos I, cosa que no vio el Emperador con muy buenos ojos.
En 1521 (a los 30 años) cambió radicalmente su vida. Tras ser herido en el sitio de Pamplona por las tropas francesas, San Ignacio tuvo que guardar una penosa y larga convalecencia. Durante ese tiempo tuvo la oportunidad de leer la «Flos Sanctorum» (vidas ejemplares de santos), la «Vita Christi» de Rodolfo de Sajonia, y el «De imitatione Christi» de Thomas Kempis. Estas lecturas y su afición por los libros de caballería le llevaron a perfilar un nuevo ideal caballeresco dentro de su época: el de caballero de Cristo, un caballero andante en defensa de Dios.
[https://www.cervantesvirtual.com/portales/expulsion_jesuitas/nacimiento_jesus/]
2) Ejercicios espirituales
2.1) Principio y fundamento
Las tres partes del PF [principio y fundamento] indican claramente el proceso mediante el cual se desarrolla la experiencia espiritual que propone. En él se puede distinguir:
1) Un principio general («El hombre es creado...»). El sentido de la vida humana y de todas las cosas criadas ordenadas hacia el hombre para el cumplimiento de su propio fin. No dice que «ha sido creado», sino que «es creado», es decir, que el acto creador de Dios se da en el presente y en la medida que el ser humano vive conscientemente este presente se adentra en el acto creador que le recrea a cada instante desde la profundidad de sí mismo.
2) Una conclusión teórica («De donde se sigue...»). Por tanto, cada persona ha de orientar su existencia en medio del mundo sirviéndose de las cosas o dejándolas, en la medida que ayuden a o no a la realización del fin de su vida.
3) Una conclusión dinámica («Por lo cual es menester...»). Es evidente, pues, que tomar decisiones orientadas hacia el fin de la vida, en medio de distintas oportunidades que se ofrecen exige libertad personal para no atarse a condicionamientos afectivos que puedan transformar los medios en fines… Las tres partes del PF señalan, pues, un itinerario personalizador que lleva de la pasividad a la actividad. No podemos prescindir de la letra del texto, pero tampoco podemos ceñirnos exclusivamente a ella, a palabras o frases aisladas del conjunto de los Ejercicios y del pensamiento ignaciano, si queremos interpretarlo correctamente. Con razón Iparraguirre afirmaba que hemos de guiarnos por el conjunto del pensamiento de Ignacio.
2.2) Atención al sujeto:
El texto es obvio en su estructura, pero pide que se aclare o subraye alguno de sus términos. El hombre es la primera palabra del primer ejercicio, con lo que se subraya el rol primordial de la persona humana como agente y como objeto de la experiencia de los ejercicios. Los Ejercicios se orientan a la transformación de la persona para hacerse plenamente disponible a la acción de Dios en su vida. Es, por tanto, la persona humana lo primero que entra en juego, es el sujeto de los ejercicios. «El que los hace», repite Ignacio.
[Texto de Josep M. Rambla, sj. y Seminario de Ejercicios (EIDES), Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, una relectura del texto (II). ]
3) Autobiografía
No es que el Santo escribiese de su propia mano sus memorias; pero la reproducción de sus palabras es tan fiel, que es como si él mismo las hubiese escrito. El P. Cámara y otros antiguos historiadores dicen que San Ignacio las dictó y que su confidente las tomó de sus labios, expresiones estas que nos revelan que este relato, aunque tramado por pluma ajena, conserva toda la espontaneidad de una verdadera autobiografía.
San Ignacio, en sus últimos años, entre 1553 y 1555, accediendo a las repetidas instancias de sus hijos, se movió finalmente a referirles el curso de su vida; pero no la abarcó toda entera. Empezó, sí, por referir los deslices de su juventud y los pasos todos de su maravillosa conversión; pero no llegó más allá del año 1538, cuando el gobernador de Roma dio sentencia favorable en favor de San Ignacio y sus compañeros. Después de esto siguen unas breves notas sobre las obras de celo fundadas o promovidas por el Santo en Roma y una breve indicación sobre el modo como escribió los Ejercicios y las Constituciones. ¿Por qué no pasó más adelante? Es posible que esto sea debido al hecho de que lo restante de su vida, sobre todo a partir de la aprobación de la Compañía por el Sumo Pontífice, era ya muy bien conocido por sus compañeros…
[Prólogo de la edición de la BAC]
4) Diario espiritual
Nos encontramos delante del escrito que nos introduce más de Heno en el alma de San Ignacio, El panorama es de una grandiosidad de cumbres elevadísimas de la más sublime mística. De no haberse conservado estas excepcionales páginas, hubiese quedado oculto para siempre el aspecto más profundo de la espiritualidad ignaciana, sin que jamás hubiéramos ni siquiera barruntado las altísimas cimas por donde el Señor había llevado a esta alma privilegiada.
Todavía ofrece otra ventaja no pequeña este singular documento. Al contrario de lo que sucede en los demás relatos, no se cuenta aquí ninguna acción externa, ningún hecho que distraiga la atención y oculte en lo más mínimo el interior del Santo. Nada impide aquí el que podamos contemplar su alma a plena luz.
[Introducción en la edición de la BAC]