Juan Carlos Onetti
Juan Carlos Onetti, un existencialista de lengua castellana
Vida
Juan Carlos Onetti nació el 1 de julio de 1909 en Montevideo, Uruguay, en una casa de la calle San Salvador, en el Barrio Sur. Su padre, Carlos Onetti, era funcionario de aduana y su madre, Honoria Borges, provenía de una familia brasileña. En 1929 abandonó los estudios secundarios por una huelga general y poco después comenzó a trabajar en distintos oficios. Participó en la revista La tijera, publicada junto a un grupo de muchachos de Villa Colón. En 1930 se casó con su prima, María Amalia Onetti, y en marzo se fueron a Buenos Aires donde se ganaba la vida vendiendo máquinas de sumar. Y publicó algunas notas sobre cine en Crítica. Al año siguiente nació su primer hijo, Jorge. En 1933 se separó de su mujer, volvió a Montevideo y contrajo matrimonio con María Julia Onetti, hermana de su primera esposa. En esta época empezó a escribir y publicar relatos. En 1939 Carlos Quijano, fundador del semanario Marcha, llamado a convertirse en la más prestigiosa publicación uruguaya del siglo, designó a Onetti secretario de redacción, cargo en el que estuvo hasta 1941. Durante ese breve pero intenso período, publicó semanalmente una columna literaria, La piedra en el charco. Con los seudónimos Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy firmó artículos de "alacraneo literario" y cuentos policiales. En diciembre apareció su primera novela El pozo.
[Texto recuperado de © Escritores.org. Contenido protegido. Más información: https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/19593-copias. https://www.escritores.org/biografias/165-juan-carlos-onetti]
Su labor literaria comienza en Buenos Aires, donde colabora en los diarios La Prensa y La Nación de Buenos Aires. En 1935 escribe Los niños en el bosque y Tiempo de abrazar, que no se publicaron hasta casi cuarenta años después. En 1939 publica su primer libro, El pozo, y es nombrado secretario de redacción del semanario Marcha.
En 1940 publica en el diario La Nación de Buenos Aires su primer cuento relevante, Un sueño realizado, al que sigue una extensa lista de publicaciones, formada entre otros por El obstáculo y El posible Baldi.
A mediados de la década de 1950 colabora con la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, donde publica su relato El álbum y la novela corta Los adioses.
En 1954 traduce This Very Earth (La verdadera tierra) de Erskine Caldwell y en 1956 The Comancheros, de Paul Wellman.
[Texto recuperado de https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/atenas_juan_carlos_onetti.htm]
Obra
Su extensa obra abarca desde los artículos en diarios de Uruguay, tales como Marcha, y de Argentina, como Crítica, La Prensa, pasando por la publicación de cuentos en suplementos culturales como La Nación, hasta la publicación de su obra narrativa en editoriales de Montevideo, Buenos Aires, La Habana, Xalapa, Madrid, etc. Profeta en su tierra, sin embargo, por desavenencias políticas, se autoexilia en Madrid desde 1976 hasta su muerte. En Madrid ejercerá también el periodismo como colaborador para la agencia EFE. En 1981 recibe el Premio Cervantes de Literatura y retoma la relación con su patria, a través de artículos para medios de comunicación uruguayos: el semanario Jaque y la revista Brecha. Entre su vasta obra narrativa se editan en Buenos Aires –donde trabajó como corresponsal de la agencia Reuters– Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), La vida breve (1950), Los adioses (1950), El astillero (1961), La máscara robada y otros cuentos (1965), Las máscaras del amor (1968), etc.; en Montevideo El pozo (1939, 1965), Un sueño realizado y otros cuentos (1951, 1960, 1965), Una tumba sin nombre (1959,1967), La cara de la desgracia (1960), El infierno tan temido y otros cuentos (1962), Tan triste como ella (1963), Juntacadáveres (1965), Jacob y el otro (1971), etc. Sus Obras completas, las escritas hasta la década de los setenta, se publican en la ed. Aguilar de México (1970) y en Madrid (1979). A partir de su exilio en España es frecuente la aparición de sus obras en editoriales bien madrileñas, Cuando entonces (Mondadori, 1987), Cuando ya no importe (Alfaguara, 1993), Confesiones de un lector, obra póstuma (Alfaguara, 1995), etc., o bien catalanas, como Bruguera: Tiempo de abrazar (1978), Dejemos hablar al viento (1979), o Círculo de Lectores, donde en 2005 se publicaron también sus Obras completas.
[Texto recuperado de https://web.ua.es/es/histrad/documentos/biografias/juan-carlos-onetti.pdf.]
El pozo
Cuando Juan Carlos Onetti escribe su primera novela, El Pozo, hacia 1939, inaugura en su universo ficcional una constante, o por lo menos una situación que será recurrente y casi característica en el resto de su producción. Podríamos explicarla como la necesidad de contar la vida de sus personajes desde la doble hélice de la realidad que los azota y la ficción que construyen para librarse de ella. Como Eladio Linacero, sus personajes harán de su vida, o por lo menos del recuento de su vida, una mezcla de sueños, fantasías, o ficciones teatrales con fragmentos de “hechos reales” cuyo resultado es precisamente la constatación de una vida experimentada a trozos, por momentos únicos y jamás vueltos a experimentar por sus protagonistas.
El pozo es la historia construida con retazos de la vida de Eladio Linacero, protagonista y narrador de sus memorias, voz desde la cual nos sumergimos en una realidad sórdida, fría y sobre todo repugnante; una realidad en donde Eladio no puede relacionarse con ningún otro ser, no por alienación, como sería el caso de un Mersault o un Castel (valga la aclaración, personajes creados posteriormente) sino porque así lo dicta su naturaleza, misógina, perdedora y solitaria. En ella, en esa realidad que como su habitación rebosa de inmundicia y abandono, porque así la ve su constructor, Eladio Linacero se convence de vivir como quiere de acuerdo al relato que sobre sí mismo ha construido con fragmentos de lo que él mismo llama el mundo de los hechos reales y episodios que ha dado en llamar aventuras y que no son otra cosa que fantasías creadas por su imaginación para mostrarle el lado de la vida que su habitación con “…dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios…” nunca podrá mostrarle.
[Texto de Alexander Salinas, Sobre El pozo, de Juan Carlos Onetti, (2010) para “Poligramas”, Vol. 32. https://bibliotecadigital.univalle.edu.co/server/api/core/bitstreams/3f82b515-b8aa-43be-b3e9-40581f285b75/content]
Eladio Linacero, al llegar a su madurez (los cuarenta años), entra en una profunda crisis existencial, de la cual es consciente; como forma de evasión y compensación ante su sórdida y degradada realidad, comienza a escribir sus memorias. Eladio dice: "Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años. Sobre todo si le ocurrieron cosas interesantes" (Onetti: 10). Eladio Linacero va mezclando sus sueños y los recuerdos de sus vivencias en su narración, apareciendo diversos personajes a los que va haciendo alusión, como por ejemplo su ex esposa Cecilia, la prostituta sin nombre y Ester, su compañero de cuarto Lázaro, Cordes el poeta, y sobre todo, Ana María, la joven de quien él abusó, y quien vuelve a su memoria constantemente, transfigurada en la más importante de las fantasías que Eladio imagina, la cabaña de troncos…
[E]s a partir de la cabaña de troncos donde las fantasías de Eladio comienzan a nacer. Las fantasías y la realidad aparecen en la obra en un mismo plano, esto quiere decir que hay una equivalencia entre los mundos representados; por tanto, su historia entendida como pasado, y sus fantasías entendidas como proyecciones utópicas, configuran un mismo entramado narrativo que dota de sentido su proceso escritural, con ello, su existencia. Eladio se ha creado un mundo de sueño y ensueño, de utopías, es decir, de no-lugares, los cuales habita para compensar la repugnancia del mundo en que vive, su mundo que, aunque distópico, es el real y concreto.
En los "mundos posibles" que él imagina -en otras palabras, en sus fantasías utópicas-, Eladio se vuelve otro, es protagonista de diversas aventuras que le permiten evadirse de su realidad, siendo consciente de ella. Linacero dijo en un comienzo de su relato que narraría acerca de episodios de su vida "Porque un hombre debe escribir la historia de su vida”; no obstante, no narra fundamentalmente su vida, sino sus fantasías, lo que él quisiera vivir, la proyección de sí mismo en su imaginación.
[Texto de Chamorro Salas, Jessenia. "El pozo de Juan Carlos Onetti o la configuración de la identidad masculina a través de representaciones utópicas compensatorias ante una realidad degradada." CELEHIS : Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas [En línea], 0.30 (2015): 64-75. Web. 7 Apr. 2025]
El astillero
El astillero es la ruina, la desolación, el hastío, la sordidez. Espléndida novela que retrata la danza de personajes que ejecutan mezquinos embustes. Vidas decadentes en un entorno herrumbroso. Relato ácido que emana óxido, hollín, salitre, moho y todo lo que acompaña la degradación de los objetos, los inmuebles y los individuos. Sus luidos protagonistas se aferran a lo que alguna vez fue su vida, en la creencia de que esa voluntad bastará para que renazca el esplendor perdido.
Larsen regresa a Santa María, tras cinco años de destierro, con actitud de resucitado, según unos; apático y procaz, dicen otros. Trae su olfato y su intuición puestos al servicio de su destino, en un intento por darle sentido a los años que le quedan de vida, y dirige sus afanes hacia un astillero que se resiste a ser declarado en quiebra.
[Texto de Gerardo Moncada, El astillero, de Juan Carlos Onetti para “Otro ángulo”. https://www.otroangulo.info/libros/el-astillero-de-juan-carlos-onetti/]
Sobre esta novela se han emitido algunas ideas. Rodríguez Monegal encuentra una alegoría del descenso al infierno; cita además, en su prólogo, la opinión del crítico inglés David Gallagher que considera El astillero como la alegoría de la decadencia del Uruguay. Otros críticos, afirma el mismo Mongeal, ven símbolos cristianos en el hecho de que Larsen se redima en el astillero de “un pasado de crapulonería”. Por otro lado, Calvert Casey nos dice que se podría ensayar “una simbología aproximativa. Larsen sería la esperanza desesperada, la negativa a la derrota”. Para Luis Harss, “El astillero funciona como una antiiglesia con su apóstol reinante, Larsen, el sumo pontífice de la desesperación, que oficia diariamente ante un altar deshabitado”…
Aunque en esta novela se notan relaciones de amor, de amistad, de trato, sabeos que todo ello sucede en apariencia, pues todo está carcomido por la farsa que los mismos personajes reconocen. Esto quiere decir que la novela está poblada de verdaderos solitarios y que entre ellos se siente el insondable abismo que los separa. El hecho de que los mismos personajes reconozcan que su vida es una farsa que están obligados a continuar deja en el lector una sensación de amarga tragedia…
Es sintomático que la literatura actual, y en especial la nuestra, insista tanto en los temas de la incomunicación y de la soledad. Piénsese sin no en la soledad que derrumba a Pedro Páramo a pesar de haber logrado un imperio casi perfecto sobre la tierra y los hombres o en los años vividos por las generaciones de los Buendía en Cien años de soledad. Muchas de estas cuestiones tienen que ver con problemas muy profundos de nuestra sociedad, en la que el hombre, si bien se ve, es un solitario, manejado a su pesar por otros hombres, por la burocracia, por grupos de poder y por máquinas que no tienen nada que ver con la naturaleza humana…
[Texto de Eliseo Andrade Carmona, El Astillero de Onetti: un vacío humano. https://cdigital.uv.mx/server/api/core/bitstreams/36346db6-6c1d-4c6d-8750-bb51f296385e/content]
Juntacadáveres
La novela Juntacadáveres (1964) se abre a la manera de la primera escena de un film antiguo, con el arribo del tren capitalino a la estación deshabitada del alicaído pueblo de Santa María […]. Con lentos y estudiados movimientos, vemos descender un extraño cuarteto: a Larsen, de profesión cafiche, "con un ramo de flores rojas, raquíticas", junto a tres prostitutas. Larsen, apodado Juntacadáveres, pues se dedica a la explotación de las viejas, cuenta con una autorización municipal para instalar allí un prostíbulo, que será identificado más adelante en la historia como "la casa de la costa" o "la casa pintada de celeste", color del cielo. Como es previsible, en la última escena de esta película clase B, ya transcurrido un tiempo adecuado y suficiente, presenciamos la impávida partida de este cuarteto desde la misma estación de trenes de Santa María, debido al cierre legal del lenocinio.
En este difuso puzzle que constituye el espacio de Santa María, el prostíbulo se incluye como la pieza que faltaba para establecer relaciones simétricas entre espacios muy disímiles, sean éstos lenocinios, droguerías, fincas, cuartos de empleada o sacristías. Convergiendo los espacios hacia una sola matriz en increíble simbiosis, convergen también los proyectos que animan a sus moradores, revelándose todos como actores que luchan por crear un nuevo orden desde sus distintas manías o vocaciones, como escribir, enloquecer, prostituir, evangelizar o educar…
Larsen aparece como un coleccionista de objetos grotescos, transformando el burdel en un mausoleo en ruinas, al cual los hombres acuden para recordar lo que se anheló; o, también, en una casita de animitas, pues las prostitutas viejas son el reverso de las niñas inmaculadas, que nos permite soñar con el porvenir.
¿Cómo se explica este retorcido gesto del personaje Larsen, alias Juntacadáveres? ¿Por qué esa complicación de doble negatividad? ¿Cuál es la verosimilitud de esta nueva escena de Santa María, más allá de su registro grotesco? ¿Existe aquí un intento, obviamente desesperado, por doblar la dialéctica racional que gobierna nuestra mente? Este desvío del alma -un doble moño, un doble nudo-, ¿no es acaso un desvío metalingüístico, que vincula esta obra con el gesto de la liberación por la forma, tan caro al siglo XX?
Paradójicamente, no ha sido esta vez la crítica quien le ha señalado al autor una puerta de escape para explicar los misterios (o descalces) de su obra; sino el propio Onetti quien nos ha auxiliado, señalando que Junta Larsen es un artista y su burdel, la obra de arte entrampada:
Mirá, en lo que corresponde a mí como reporteado, te digo que sentí bruscamente a Larsen como a un artista. Es decir: Larsen no iba exclusivamente en busca de dinero como macró, cuando puso ese prostíbulo. Sino que tenía el sueño del prostíbulo propio y de la mujer perfecta para cada individuo. Era muy complicado, demasiado complicado, entonces nunca pudo realizarlo del todo. Lo que hizo fue una caricatura. Pero como el mundo esta lleno de fracasados…" (en conversación con Rodríguez Monegal).
[Texto de Rodrigo Canovas, Volviendo la mirada hacia Juntacadáveres (1964) de Juan Carlos Onneti. Para la “Revista chilena de literatura”, No. 56, 2000. Pontificia Universidad Católica de Chile]
Juntacadáveres narra la historia de la llegada y caída del burdel de Larsen/Junta/Juntacadáveres ante el poder político-religioso de la ciudad ficticia de Santa María. Larsen, el héroe proxeneta, desprecia la vida del trabajo burgués en el periódico sanmariano –El Liberal– y se zambulle en una empresa prostibularia que lo satisface. En su búsqueda de un prostíbulo de lujo, Larsen debe conformarse con una casa decrepita de prostitutas viejas y maltrechas, favorecido por el “aval” municipal concedido por el concejal y herborista Barthé. La fundación de la casa celeste en la costa conmueve a todos los habitantes de la temprana ciudad, genera odios y medios afectos que terminan en la expulsión de Larsen y sus prostitutas decrépitas. Es a través de la historia del burdel que Onetti crea un tejido social donde cada uno de los actores de esta ciudad participa, desde sus visiones particulares, de una identidad colectiva que modela valores imbricados en una realidad cultural e histórica.
Como primer encuentro con el tango, Juntacadáveres formula un universo sensible del canon socio-ocupacional marginal rioplatense del imaginario tanguero. Dado a que la literatura latinoamericana optó por romper el esquema de los grandes relatos y de heroicidades épicas, la sociedad del tango, como otros corpus populares, sus temas, sus móviles, pasiones y mitos, fueron un gran referente para obras como la de Onetti. En ese caso la aparición de la prostituta, el compadrito, la fauna política y la juventud desocupada, son el sustento humano desde el cual el autor uruguayo logra revalorar literariamente todos los valores que el tango transportó en sus letras, a la par que muestra situaciones muy cercanas a las del tango canción y a las de sus circunstancias de producción.
Pero este sustento humano no aparece como una mera sinécdoque de una profesión o como menciones ornamentales y pictóricas de una época. En la escritura de Onetti el encuentro con estos grupos humanos responde a la búsqueda del alma de una urbe que en su mayoría está construida por inmigrantes que ejercen profesiones y oficios de orden marginal. A diferencia de lo que se podría pensar de la elaboración literaria de estos sujetos, Onetti no se basa en la imagen generalizada para construir el carácter de la prostituta, el proxeneta y sus demás personajes. El autor uruguayo logra crear, a través de una escritura introspectiva, dramas individuales de corte universal, a la vez que reafirma que hay una sociedad rioplatense, real, mayoritaria, que siente a su manera la pasión de vivir como la desazón de perecer, pero sobre todo logra determinar esencias creadoras, vivas y nobles.
[Orduz Rodríguez, Frank. (2020). Juntacadáveres de Juan Carlos Onetti: tango y novela. Revista chilena de literatura, (101), 331-354. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-22952020000100331]
Cuentos
“Entre Borges y Cortázar, entre ambas generaciones, hay que situar la obra de Onetti” ha escrito el poeta Joaquín Marco (Barcelona, 1935-2020). Coincido en parte con él; y es que en este trío de cuentistas sudamericanos cada quien establecerá su propia idea de quién ocupa cada lugar según sugieran sus gustos…
El atractivo con que me ha atrapado Onetti es el descaro con que construye la historia de sus personajes. Ese supremo deseo de tapar la salida del laberinto a la rata que intenta recorrerlo. La falta de finales felices en que permean sus historias, pues en Onetti todos los personajes principales terminan por fracasar, algunos se jactan de darse cuenta, otros incluso disfrutan constatar el fracaso de los otros, y otros deciden evadirse de la realidad, ya sea muriéndose o volviéndose locos. Nuestro autor se empeña en que los lectores logremos sentirlo; como si nos permitiera asomarnos a la mediocridad de los otros, para que nuestras preclaras ideas de optimismo queden destrozadas y podamos verlas irse por el desagüe. Ya lo va a conseguir, sí, pero como fantasma. Ella alcanzó la felicidad, logró su sueño, pero loca, o tal vez muerta. O es que tal vez en la mentira al fin puedan intentar ser lo que jamás pudieron ser en vida, y deciden fingirse…
[Texto de Ensayo “Vidas sin salida en los cuentos de Juan Carlos Onetti” por Adán Echeverría. https://revistaliterariamonolito.com/ensayo-vidas-sin-salida-en-los-cuentos-de-juan-carlos-onetti-por-adan-echeverria/]
Aunque los cuentos de Juan Carlos Onetti no se imponen la contención de las Historias en la palma de una mano, comparten su sentido agorero: a partir de datos mínimos, las suposiciones se multiplican; la trama tarda en ganar precisión; por momentos, el lector ignora qué historia está leyendo; al igual que el narrador, debe descartar opciones para conocer hacia dónde se mueve ese enigma que se resiste a ser aclarado…
Como en Kawabata, la duración real del texto importa mucho menos que su expansiva duración imaginaria. Los relatores enfrentan un destino inestable, borroso, lastrado por rencores y distorsiones afectivas, que sólo puede ser asumido con desconfianza. Los principales giros de la trama ocurren en la mente de los personajes; deben desechar alternativas para llegar a un desenlace que preferirían evitar, la plancha de metal donde la historia se termina y muestra un saldo doloroso, una indeseada materia inerte.
Los cuentos posponen la revelación de un misterio adverso (muchas veces anunciado en el título: «Tan triste como ella», «El infierno tan temido», «La cara de la desgracia», «La novia robada», «La muerte y la niña»). El tiempo se detiene para demorar el final y explorar su sentido. La vida se intensifica en esas pausas. Cuando no parece ocurrir otra cosa que el humo del cigarro que sube en curvas al techo, los relatores especulan con insólita agudeza.
Jaime Concha ha señalado con acierto que Onetti se aleja del monólogo interior, pero trabaja desde la conciencia. Más que recordar, sus personajes meditan sobre los mecanismos del recuerdo. Sabemos poco de su infancia o de lo que les pasó antes de llegar a esa historia, pero los vemos luchar con una asignatura pendiente, una culpa, una ilusión que viene de lejos…
En Onetti, la fijeza de los personajes obliga a la reflexión y profundiza el relato. En cambio, las referencias al clima suelen traer un tránsito veloz. El viento sopla, cargado de arena, para que los indolentes salgan de su modorra. El paso de un episodio detenido a otro que habrá de detenerse se logra con una modificación climática: «Tal vez este periodo haya durado unos veinte días. Por aquel tiempo el verano fue alcanzado por el otoño, le permitió algunos cielos vidriados en el crepúsculo, mediodías silenciosos y rígidos, hojas planas y teñidas en las calles». No sabemos qué pasó entre tanto, pero la sensación de avance es innegable: las hojas cayeron de los árboles y fueron lentamente atropelladas en las calles. Algo aconteció.
[Texto de Juan Villoro, Los cuentos de Juan Carlos Onetti en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/adivine-equivoquese-los-cuentos-de-juan-carlos-onetti--0/html/db5d66ec-08f8-4e61-80a5-3a98199b5147_2.html]