Martín Fierro

José Hernández, El gaucho, Martín Fierro

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José Hernández, el Gaucho

José Hernández, popularmente conocido por Martín Fierro, pues como decía él mismo, era ese un hijo que había dado nombre a su padre, nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1834, descendiendo por línea paterna de distinguido abolengo español y por la materna de tronco americano formado en 1769 por una hija del emigrado irlandés O'Doggan nacida en el país, unida en matrimonio con el francés Pueyrredón.

Educose Hernández en el colegio del señor Pedro Sánchez (que vive aún), muy acreditado en su época, distinguiéndose por su percepción rápida y prodigiosa memoria.

Desde niño fue inclinado a la poesía, mas sus afanes escolares le produjeron una afección pectoral que le obligó a salir al campo, donde en alta escala trabajaba su señor padre, gozando de renombre en el paisanaje surero, por sus grandes empresas en volteadas de haciendas alzadas de los campos de don Felipe Piñeyro, Calixto Moujan, Pedro Vela, Escribano, Casares, Alzaga, Llavallol, etc., de donde enviaba decenas de miles para los saladeros de Cambaceres, de Panthou y otros.

Allá, en «Camarones» y en «Laguna de los Padres» se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entreveros, rechazando malones de los indios pampas, asistió a las volteadas y presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba, y de que hoy no se tiene idea. Esta es la base de los profundos conocimientos de la vida gaucha y su amor al paisano que desplegó en todos sus actos. Ved ahí, por ambas líneas, el génesis patriótico y gauchesco fundido en Martín Fierro.

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Esgrimiendo siempre la espada y la pluma, guerrero, revolucionario, periodista, orador popular y muy prestigioso en el pueblo, trabajó mucho y no disfrutó nada. Redactó muchos periódicos, El Argentino en Entre Ríos; como corresponsal político de la Reforma Pacífica; y en varios del Rosario. Redactó con Soto La Patria en Montevideo y fundó en Buenos Aires, el Río de la Plata, cuya propaganda era: autonomía de las localidades, municipalidades electivas, abolición del contingente de frontera, elegibilidad popular de jueces de paz, comandantes militares y consejos escolares.

De formas atléticas, poseía una fuerza colosal comparable a Ratetto, el hércules de nuestros circos, y una bondad de alma comparable a su fuerza. Decidor chispeante, oportuno, rápido y original, se conservan entre sus amigos interesantes anécdotas; pero jamás hiriente en sus chistes epigramáticos. La nota bulliciosa vibraba siempre a su alrededor, no por cuentos que refiriese, sino por sus ocurrencias felices y siempre criollas.

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En las actividades de su vida y merced a su poderosa organización intelectual, guiaba su mente por distintos rumbos, sin distracción ni confusiones y así fue sucesiva y a veces juntamente: Contador, taquígrafo, guerrero, revolucionario, legislador, miembro del Concejo Nacional de Educación, Consejero del Monte de Piedad, del Banco Hipotecario, protector de las industrias, estanciero, periodista, orador y poeta -hombre de espada y de pluma- del bosque y del salón, de tribuna y de espuela. En el campamento como en el gabinete sirvió a su país en el orden Nacional y Provincial; de su poema Martín Fierro dijo el doctor Navarro Viola: «es una lección de lo que debe ser la poesía, es decir: Una moral y un arte».

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Al fin, este coloso inclinó la robusta cabeza, con la debilidad de un niño, en su quinta de Belgrano, el 21 de octubre de 1886, a menos de 52 años de edad, minado de una afección cardiaca, quizá; en pleno goce de sus facultades hasta cinco minutos antes de expirar, conociendo su estado y diciéndome: Hermano, esto está concluido. Sus últimas palabras fueron: Buenos Aires, Buenos Aires ¡y cesó!

[Biografía de José Hernández por su hermano, Rafael Hernández; https://www.cervantesvirtual.com/portales/jose_hernandez/autor_biografia/]

Lo “Gauchesco”

José Hernández publicó siempre en forma separada El gaucho Martín Fierro (1872)1 y La vuelta de Martín Fierro (1879)2. La asignación del título Martín Fierro al conjunto fue, sobre todo, obra de la tradición oral y de la recepción crítica. Decir «el Martín Fierro», entonces, se relaciona ya con el proceso de creación de un mito de identidad nacional.

La tradición habla también de una Ida y de una Vuelta, estableciendo entre dos direcciones opuestas el fuerte vínculo del camino. Es cierto que desde el punto de vista de la producción hay un esquema general unificador, puesto que la trayectoria de un liberal progresista -durante largo tiempo opositor a la política nacional, pero siempre dentro de sus ideas rectoras- atraviesa todo el proceso escritural, y la doble relación entre un animal político-escritor con su circunstancia y con sus lectores es el hilo vinculante; pero en ese mismo terreno se advierte que el espacio de relaciones conoce impulsos estructurales cambiantes, zigzagueos, marchas y contramarchas. En siete años ha ido cambiando la situación histórica en la que se ha impuesto un imaginario gauchesco, cambia el hombre (como político y como escritor), cambia su concepción del político en la escena nacional y su concepción del escritor dentro del campo cultural y se reformulan, en consecuencia, el aparato enunciativo y el contenido del mensaje

La literatura gauchesca es un híbrido. Es una literatura de alianza de clases que desde adentro de la denominación misma toma distancia del objeto de su elaboración poética: por eso es «gauchesca» y no «gaucha». Por otra parte, en su dinámica se advierten movimientos de aproximación y de distanciamiento con respecto a su anclaje referencial y al lenguaje gaucho con el que se lo asocia.

En El gaucho Martín Fierro, la pérdida de territorialidad de la lengua literaria (para una temática que Esteban Echeverría había encauzado por la senda del lenguaje culto en La Cautiva) permite alcanzar esos extremos donde no quedan ya sino intensidades. Hay un poema que surge del hecho de no hacer lo que se entiende por «poesía», un canto atravesado por una línea de abolición hasta tal punto, que el autor-pueblero se siente obligado a poner distancia en su carta-prólogo: «Es un pobre gaucho, con todas las imperfecciones de forma que el arte tiene todavía entre ellos, y con toda la falta de enlace en sus ideas, en las que no existe siempre una sucesión lógica, descubriéndose frecuentemente entre ellas apenas una relación oculta y remota». Pero se libera así una materia expresiva que vive por sí misma y no tiene necesidad de estar formada de acuerdo con los cánones establecidos, una materia que se dispara hacia la autosuficiencia, que se crea a sí misma…

Apropiándose de la voz de otro por asimilación, Hernández ha emprendido la crítica de un régimen y la ha rubricado con un enfrentamiento radical. Desde los topamientos entre pandilleros y chupandinos y el ulterior exilio en Paraná (alrededor de 1858), venía persistiendo en el bando de los vencidos. Las últimas derrotas: el cierre de El Río de la Plata (en el que acaba de exponer un programa político después de regresar a Buenos Aires en 1868), el desastre de la montonera jordanista en Ñaembé (adonde acude retomando los combates por la causa federal) y otro exilio en abril de 1871, ahora en Sant'Ana do Livramento (Brasil).

El gaucho Martín Fierro libera el deseo de quebrantar un poder injusto, pero desde la lógica de La vuelta de Martín Fierro la conexión entre sujeto y deseo que instauraba el final de la Ida se vuelve tan descabellada, que como consecuencia queda reinstalada la legalidad del mismo sistema de exclusión que se pretendió enfrentar. Afianzándose en un viraje genérico, otro discurso recupera territorialidad reproduciendo la sumisión a la ideología dominante, que no sólo se reinstaura con el acato de la Ley sino que se afirma en la palabra y por la palabra.

[Élida Lois en Cómo se escribió y se desescribió «El gaucho Martín Fierro»; https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/como-se-escribio-y-se-desescribio-el-gaucho-martin-fierro/html/dabaa3a4-a0f8-11e1-b1fb-00163ebf5e63_3.html]

El gaucho en la identidad nacional de Argentina

En la conformación del carácter nacional argentino, el protagonista del poema de Hernández (el gaucho) ha tenido un papel central, reconocido incluso por Leopoldo Lugones y como Carlos Astrada, quienes ven en el gaucho de Hernández el modelo a seguir. Pero, ¿por qué pensar en el gaucho y no en el indio como fuente de la argentinidad? Mariátegui identifica al gaucho como producto del entrecruzamiento de los conquistadores y los indígenas . En la misma línea, Astrada habla de una doble hibridación del gaucho

En la época de la colonia surge el gaucho, y éste es ya resultado de la hibridación con el indio de árabes andaluces, es decir el elemento étnico venido con los conquistadores y colonizadores. Antes y durante la conquista del desierto el gaucho ingresó genéticamente en el aborigen y lleva por ello un doble sello telúrico. (Astrada, 1948)

Esto arroja luz sobre el interrogante planteado anteriormente. El gaucho, de alguna manera lleva consigo cualidades propias del indio, junto a las de los europeos colonizadores, y es por ello que se convierte en el sustrato de la cultura argentina.

Alfredo Dornheim (2008) da cuenta de esto señalando la creencia en las supersticiones de los gauchos (heredada de los indios) y a su vez la importancia dada a la escritura, rasgo proveniente de la cultura española. En defensa del gaucho, acusado de carácter servil y sumiso, escribe Astrada:

Colocan al gaucho ante la alternativa de reducirse a sumiso residuo social y peón de estancia, o ser soldado. Este estado ambivalente, que se le asigna a su conducta, lleva a comprobar, por un lado, la situación de ser indefenso y preterido que se le impone en un momento de la vida argentina, y cuáles fueron los sentimientos que lo animaron, cuando, en otra coyuntura, es soldado valeroso y abnegado en las batallas de la emancipación. (Astrada, 1948: 11)

Entonces, ¿qué es lo que caracteriza al Martín Fierro y lo distingue de otras obras que se incluyen dentro de la gauchesca? La obra de Hernández presenta al gaucho como un actor social que es mucho más que un componente del paisaje pampeano o que una curiosidad exótica. El gaucho se enfrenta a diferentes situaciones producto de su lugar en la estructura social, que dan cuenta de sus valores, carácter, pensamientos e integridad. En conclusión, es presentado como lo que es: lejos de “animalizarlo”, un ser social con todo lo que ello implica.

“El gaucho ignorante, postergado, sin los beneficios de la educación, de la formación política, y, lógicamente sin ideario, sin meta entrevista, tiene en su favor la “barbarie” inocente de su primitividad. Pero primitividad no es sinónimo de inferioridad ni salvajismo” (Astrada, 1948: 25).

[Marina Goldman y Lucía Escalona Toledo en Martín Fierro: “El destino de un canto” para “Nómadas”, 2013. Universidad Complutense de Madrid Madrid, España]

Civilización y barbarie, no “o” barbarie

El poema describe las desventuras de Fierro, un gaucho de las pampas que debe abandonar a su familia cuando es reclutado para prestar servicio en un fortín de frontera. Después de años de padecimientos, huye; convertido en un desertor, descubre que ha perdido a su familia; se torna pendenciero; comete dos crímenes. Ya fuera de la ley, huye para vivir con los indios, es decir, con los mismos “salvajes” de los que –en teoría– debía defender a la “civilización” cuando estaba en el fortín.

“Es un telar de desdichas / cada gaucho que usté ve”, dice el narrador hacia el final del poema. Ahí, en la desgracia de ese hombre que canta en sextetos octosílabos con rima consonante, se halla la clave del vínculo que la obra creó de inmediato con el pueblo más llano. Hernández supo cómo calar hondo en el espíritu de las clases desposeídas, refiriendo “males que conocen todos / pero que naides contó”.

En 1879, Hernández publicó La vuelta de Martín Fierro, la segunda parte de su poema […] A Fierro, la vida con los indios, que había imaginado idílica, se le ha tornado insoportable. Por eso, el gaucho regresa: “Aunque me agarre el gobierno / pues infierno por infierno / prefiero el de la frontera”, dice. Ya no cree que como con los indios “no hay que trabajar / vive uno como un señor”: tras reencontrarse con sus hijos, les enseñará que “trabajar es la ley” y que “debe trabajar el hombre / para ganarse su pan”.

Borges dedicó al Martín Fierro varios ensayos y dos ficciones memorables: “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” y “El fin”. Pero lamentó toda su vida que los argentinos, que “hubiéramos podido elegir el Facundo, de Sarmiento”, hayamos “elegido como libro la crónica de un desertor”: el Martín Fierro.

[Christian Vázquez en su texto Martín Fierro: 150 años de un clásico, para Letras Libres]