1) Necesidad de la antología.
Para comenzar, sólo tenemos necesidad de abrir cualquier historia de la literatura española por la parte dedicada al estudio de la poesía áurea y ver cómo se plantea el problema. Encontraremos varios capítulos que se han hecho ya clásicos: Introducción de las formas italianas; Garcilaso y Boscán; La reacción tradicionalista; Seguidores, etc., etc. Pero esto, en realidad, es simplificar demasiado una cuestión en aras de la didáctica, ya que nada se dice de la inmensa actuación de la poesía anterior y se carga todo al haber de un Castillejo, cuya influencia es minúscula comparada con la de otras fuerzas. El segundo paso es también elemental: consiste en dividir la poesía anterior a 1526 en haces coherentes y ver cómo actúan esas flechas que, lanzadas por arqueros medievales, van a traspasar todo el siglo XVI y gran parte del XVII. Propongo estas cuatro divisiones: a) Poesía lírica tradicional; b) El Romancero; c) La poesía culta del siglo XV, Mena, Manrique, y d) La poesía del llamado Cancionero General
[José Manuel Blecua en Sobre Poesía de la edad de oro]
Primera división, por Blecua
Poesía tradicional
Cuando en el siglo XV un elegante marqués de Santillana calificaba de ínfimos poetas a los que escribían romances y cantares, se estaba cogiendo los dedos, puesto que en su delicioso Villancico a sus hijas lo más fresco y encantador era precisamente poesía tradicional. Pero ya unos lustros más adelante esta poesía había ganado el fervor de los mejores poetas cortesanos.
Precisamente será esta poesía, y la que divulgaban Dámaso Alonso y Montesinos arrancada de un Gil Vicente y Lope de Vega, la poesía que tanto leyeron los jóvenes poetas españoles de la generación del 27 […]Lo asombroso de Gil Vicente es que sus cancioncillas tradicionales siguen conservando hoy su profundo lirismo. Remito al lector a la antología de la Poesía medieval de Dámaso Alonso, donde encontrará las mejores muestras.
El romancero
Los romances viejos alternaron muy pronto la poesía culta. Aunque también los desprecien los elegantes poetas del siglo XV, ya a fines de esa centuria los mejores creadores sienten la tentación de probar sus fuerzas en esa dirección. En Juan del Encina encontramos más de uno, lo mismo que en el precioso Cancionero del aragonés P. M. Ximénez de Urrea, o en el Cancionero o en el llamado dé Constantina. En estos dos Cancioneros podemos leer las primeras glosas a romances tan bellos y conocidos como el del Prisionero o Fonterida, o romances cultos —aconsonantados— de un Diego de San Pedro, por ejemplo.
La generación siguiente, la de Padilla, Cervantes, Virués y Maldonado, se educará poéticamente leyendo a Garcilaso y cantando romances viejos. De ahí que los comienzos del romance llamado artístico haya que buscarlos en esa generación. Padilla y San Juan de la Cruz los escribirán a lo divino. Juan de la Cueva los utilizará para sus dramas y muchos versos de romances viejos se llegarán a convertir en tópicos, como el conocido "Mensajero sois, amigo", que resonará hasta en el Quijote. Hacia 1580 comienzan Lope, Góngora y Liñán a escribir los suyos, romances que serán publicados en pequeñas antologías y escasos pliegos, y que en 1600 constituirán la base del famoso Romancero general.
La poesía culta del siglo XV
La admiración que los grandes poetas del siglo XV, especialmente Mena y Jorge Manrique, despertaron en los dos siglos siguientes, es también un hecho innegable. Juan de Mena conoció casi tantas ediciones como Garcilaso y dejó una huella bastante profunda…
El primero, de Diego Ramírez Pagan en cuya Floresta de vasta poesía hallo en la misma página dos sonetos, uno "En la muerte de Boscán" y otro "En la sepultura del famoso poeta Joan de Mena". La segunda referencia recae sobre Cervantes, quien pone en boca de Orompo, en La Galatea, estos versos cuyo recuerdo habría que buscar en El Laberinto…
El tercer texto es un curioso refrán que encuentro en el Vocabulario de Covarrubias: "El perejil de Juan de Mena, que se hizo muy aprisa, para decir, algo que se hizo prestamente". Todavía fue mayor la admiración sentida por las Coplas de Jorge Manrique, glosadas e imitadas por un Gregorio Silvestre, Montemayor, Padilla y otros ingenios. Las famosas Coplas dejaron también su profunda huella sobre todo en el Barroco.
El “Cancionero general”
Me refiero en las líneas anteriores a la llamada poesía cortesana, cancioneril o trovadoresca que fue tan cultivada durante. todo el siglo XV y principios del siguiente. La poesía que algunos han tachado de intrascendente, conceptuosa y alambicada, recogida por el editor H. del Castilló en su famoso Cancionero general publicado en Valencia en 1513 , es de tan poderosa influencia, que a su lado, el nombre de Castillejo supone muy poco…
Que esta poesía cancioneril influye poderosamente es tan sencillo de demostrar, que está al alcance de todos. Basta con hojear los libros de los mejores poetas, comenzando por Boscán y terminando por Calderón. Garcilaso pagó su censo, lo mismo que Hurtado de Mendoza o un Gutierre de Cetina…
Tanto Santa Teresa como San. Juan de la Cruz conocían muy bien esta poesía cancioneril, lo mismo que fray Luis de León, capaz de escribir su Imitación de diversos en coplas de pie quebrado. Y un Fernando de Herrera, que citará en los comentarios a las obras de Garcilaso más de un poeta del Cancionero general escribió abundantes redondillas alambicadas y preñadas de pasión…
Que Lope era un enamorado de la poesía cancioneril también lo sabemos por diversos testimonios. En la Introducción a la justa poética considera aquellos "ingenios maravillosos", y añade: "Díganme los que más lo son en qué estudiado, y como ellos dicen, en culto soneto o canción tendrá igual este pensamiento de los antiguos…
[José Manuel Blecua en Sobre Poesía de la edad de oro]
Las alteraciones estéticas han sido tan notables desde el Renacimiento hasta nuestros días, que un antólogo que quisiera seleccionar un florilegio de poemas del Siglo de Oro que contase, con cierta aproximación, con el asenso de la crítica de las cuatro últimas centurias se vería ante un imposible. Unos poemas son vitales para el Parnaso español de Sedano; otros, distintos, imprescindibles para Las cien mejores poesías de Menéndez Pelayo; otros, incluso de opuesta estilística, para la Primavera y flor de Dámaso Alonso y, naturalmente, otro fue el gusto de Pedro de Espinosa en sus Flores de poetas ilustres, publicadas en 1605. Un caso límite de esas alternancias del gusto nos lo muestran dos genios del barroco: un poeta, Góngora, y un pintor, el Greco. Ambos han pasado por una larga curva de máximos y mínimos. Han ido, desde la indiferencia hasta la cumbre de la cotización universal, pasando por la benevolente explicación de que estuvieron locos. Hoy, y desde hace unos treinta o cuarenta años, de forma continua, la crítica ha remansado sus valoraciones, y estima que son seis los poetas de rango universal que hay en el Siglo de Oro. Tres en el Renacimiento: Garcilaso de la Vega, fray Luis de León y San Juan de la Cruz; tres en el Barroco: Luis de Góngora, Lope de Vega y Francisco de Quevedo.
2) Dos generaciones del barroco literario
Sin entrar de una manera técnica (tal como lo han hecho Ortega, Pinder, Marías, etc.) en la cuestión de las generaciones, y sin precisar duración y extensión, vemos que el mayor esplendor de nuestro barroco literario lo configuran dos generaciones, precisamente las de Lope-Góngora y Quevedo, a las cuales se suman los hombres de una generación anterior, la de Cervantes y los de otra posterior, la de Calderón. La primera de estas generaciones se caracteriza por la genialidad de sus novelistas. Nada menos que Cervantes, Mateo Alemán, Espinel, Pérez de Hita y Gálvez de Montalvo podemos nombrar en ella. Interesan sobre todo los tres primeros (que además nacen, entre 1547 y 1550, muy apretados) pues ellos crean el género picaresco en su segunda época, la novela corta y el Quijote. A su lado se ven hombres importantes como precursores del teatro, tal Juan de la Cueva, pero sin la abundancia ni la calidad de los novelistas.
Es importante recalcar que esta generación crea la novela barroca, y la crea muy tarde, en años en que sus hombres -nacidos y educados en pleno Renacimiento- son ya viejos, en años de la generación posterior, con la que conviven apasionadamente, hasta el punto de ser verdaderos tránsfugas de su propia generación.
Ofrece un panorama distinto la segunda generación, la de hombres nacidos hacia 1560. En primer lugar, no hay novelistas importantes. En segundo, están en ella los grandes creadores de la comedia nueva, Lope, Guillén de Castro, Aguilar, Valdivielso, etc. Y los creadores de una lírica riquísima: Góngora (1561), Lope (1562), los Argensolas (1559 y 1562), Ledesma (1562) y Arguijo (1560); además, tal vez Liñán, tal vez Caro, etc. Nótese el apretado haz de fechas en que nacen todos y la gama de tendencias: gongorismo, clasicismo andaluz, clasicismo aragonés, romancerismo artístico, conceptismo, lopismo, etc. Es, sin duda, una generación admirable en lírica y teatro. Con la anterior, para la novela, son las generaciones barrocas creadoras por excelencia.
La tercera generación es muy curiosa. La llamo la consolidadora de la anterior. En efecto, hay multitud -un verdadero alud- de ingenios, que no modifican en lo sustancial lo establecido y creado por los anteriores, sino que se apasionan por ellos y los siguen o los combaten, entrando claramente en la condición de discípulos fieles o díscolos. Novelistas como Salas Barbadillo y Castillo Solórzano, y el propio Tirso, consolidan la novela de Cervantes y Alemán. Dramaturgos como Vélez, Tirso, Alarcón, etc., consolidan el teatro de Lope. Poetas como Villamediana (1582), Soto (1580), Paravicino (1582), Espinosa (1588), consolidan la obra de Góngora. Mientras que otros, más o menos al lado de Lope, como Esquilache (1581), o por su cuenta (Carrillo, 1582), (Jáuregui, 1583), (Quevedo, 1580), atentan contra don Luis, a veces seriamente.
Por fin, hallamos una cuarta generación que ya no nos interesa aquí, sino como apéndice. Hacia 1600 nacen nombres nuevos. En teatro renovarán, bajo el signo de Calderón, el drama de Lope. El pensamiento barroco se consolidará con Gracián, así como la estética de las dos generaciones anteriores en la lírica por medio de su Agudeza y arte de ingenios. Pero ya en novela se vive una decadencia visible, y en lírica la postración es ya asombrosa, a pesar de algún fino poeta, como Bocángel, que todavía vendrá. Hacia 1600 nacen hombres tan significativos por lo prosaico o inexpresivo de sus versos, como Rebolledo (1597) o Pantaleón de Ribera (1600).
[Juan Manuel Rosas en Tres poetas, cuatro generaciones, prólogo a “Poesía de la Edad de Oro” Vol. II]