Juan Rulfo
Juan Rulfo, Paisajista de letras nostálgicas
Vida
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo nació en Ciudad de México en mayo de 1917. De niño, vivió mucho tiempo en un orfanato, a causa de la muerte de su padre, padeció de depresión durante esta época ya que en palabras de él: ‘‘es un lugar oscuro, de pandillas, lo más parecido a una prisión’’
En su juventud trabajó por años como clasificador del archivo para la Secretaría de Gobernación. Y hasta mediados de 1940, empezó a dedicar su tiempo en la literatura y escritura, una de sus primeras publicaciones fue el cuento: Nos han dado la tierra (1945). Rulfo, empezó su proceso creativo en la escritura con un objetivo muy claro, crear personajes conocidos, imaginar aquellos personajes como él querían que fueran.
El estilo de las obras de Juan Rulfo, es una mezcla de realidad y fantasía, en donde se evidencian las diversas tradiciones cristianas e indígenas de mitad del siglo XX en México. En sus libros más destacados, predominan las situaciones económicas y sociales de pueblos carentes de oportunidades y atravesados por la guerra y la soledad.
[Texto Juan Rulfo un poco de su vida y obra de la “Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Colombia. https://biblored.gov.co/noticias/efemerides-juan-rulfo]
Mientras que la democracia en México plasmaba sus cimientos con la Constitución de 1917 que Venustiano Carranza promulgó, las secuelas de violencia por la revolución adornaban el ambiente de la época, pero a la par, Juan Rulfo vivía una infancia en la que convirtió en un apasionado lector desde temprana edad, un suceso decisivo que lo acercó a las letras de manera permanente. Tras el asesinato de su padre en 1923 y la muerte de su madre en 1927, Juan Rulfo fue enviado a Guadalajara, en donde tomó la decisión de mudarse a la Ciudad de México. Al inicio, decidió estudiar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sin embargo, al no poder revalidar sus estudios, se incorporó como oyente en la Facultad de Filosofía y Letras. Con un mar de cambios en su vida, la literatura se convirtió en la única constante.
En 1936, consiguió un trabajo como archivista para el gobierno, para posteriormente convertirse en un agente de inmigración. También mantuvo puestos como agente de viajes, colaborador en la Comisión del Papaloapan y editor en el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. A la par, a través de sus viajes exploraba su fascinación por la fotografía, en las cuales retrató los aspectos de un México rural, la cultura del lugar y a menudo, la desolación, algo que también destaca de sus publicaciones. En 1945 publicó dos relatos en Pan, una revista literaria de Guadalajara, Nos han dado la tierra y Macario, título que publicó en la edición 64 de la revista América un año después. La publicación de sus relatos continuó con La cuesta de las comadres en 1948, mismo año en el que contrajo nupcias con Clara Aparicio de Rulfo —con quien tuvo cuatro hijos—, así como Talpa y El llano en llamas, el libro de 1953 que fue publicado como parte del Fondo de Cultura Económica.
En este punto, Juan Rulfo ya comenzaba a tener un rol activo dentro del entretejido de la literatura de América Latina, pero fue en 1955 cuando la publicación de Pedro Páramo, el segundo libro de su autoría, lo convirtió en un referente. Tras una vida colmada de éxitos entre las letras, Juan Rulfo falleció el 7 de enero de 1986 en la Ciudad de México a los 68 años de edad a causa de cáncer pulmonar.
[Texto de Miguel Vicencio: Juan Rulfo: la vida del autor de Pedro Páramo para “Vogue. México y Latinoamérica”. https://www.vogue.mx/articulo/juan-rulfo-biografia]
Obras
Pedro Páramo
Pedro Páramo es una novela escrita por el mexicano Juan Rulfo en el año 1955, que se ha convertido en un clásico de la literatura. Se enmarca en un tópico literario universal: el hijo que busca a su padre para reclamar su lugar. Encarna también una realidad propia del mundo latinoamericano del siglo XX: el papel del caciquismo y la violencia en la conformación social (Imaginario, n.d.).
La novela cuenta dos grandes líneas de acción, cada una con su respectivo protagonista: la línea y el destino de Juan Preciado y la de su padre, Pedro Páramo, íntimamente ligados a los del resto de los personajes. El título es muy afortunado para una obra que narra los nudos fundamentales de un destino individual: el de un cacique que tiene de tal modo a una comarca en sus manos que cuando en venganza decide cruzarse de brazos, la región entera decae y acaba despoblándose, hasta convertir a Comala en un pueblo fantasma. De esa forma, unidos a tal punto los destinos del poderoso y del pueblo, el título alude a la suerte final de ambos: la dura piedra y el desierto asfixiante. Cuando Rulfo escribió esta novela, amenazaba a las letras mexicanas la insistencia de que ya no podía escribirse nada valioso sobre el campo y sobre la Revolución mexicana; Pedro Páramo comprobó que era posible. Nunca en la literatura mexicana tan pocas palabras han dicho –y dicen– tanto como la obra de Rulfo
[Texto de Alberto Vital sobre Pedro Páramo para la Enciclopedia de la Literatura en México. https://www.elem.mx/obra/datos/2838]
Sería conveniente, para un mejor acercamiento crítico, que el lector hubiese leído previamente la novela. Las dificultades que seguramente encontrará en el transcurso de la lectura de- ben ser un acicate para él; en cambio, al anticipar soluciones también se pierde la frescura de una primera lectura que, además, teniendo en cuenta la dosis de intriga que acompaña a la narración de Juan Preciado, resulta muy diferente de las lecturas posteriores que podamos hacer. En todo caso, Pedro Páramo es una novela que por su complejidad y nivel de simbolismo necesita de varias lecturas. Así, pues, el lector debe so- pesar en qué momento de la lectura de la novela puede resultar conveniente acudir a las explicaciones que aparecen en esta parte introductoria o en algunos de los apéndices, en especial en el primero de ellos, en el que se intenta aclarar diversos episodios que pueden considerarse «conflictivos».
[…]
Rulfo nos ha dejado una imagen del hombre acosado por antiguos atavismos, abandonado a su soledad en medio de un mundo hostil. Es la radiografía de unas tierras, las de Jalisco, en las que apenas se vislumbra la esperanza. Es, en definitiva, una proyección de lo difícil que resulta la existencia humana. El paraíso parece inalcanzable, solo queda la nostalgia de haber estado alguna vez cerca de él. Rulfo ha mirado a su alrededor y solo ha podido describir el camino hacia el infierno, el viaje de unos hombres que bajo el peso de una cruz, de la que no son culpables, apenas levantarán la voz para quejarse. Rulfo nos ha mostrado la soledad del hombre.
[Texto de José González Boixo en su Introducción para la edición de Cátedra de Pedro Páramo]
El llano en llamas
Contando hechos cotidianos de los campesinos de su tierra, Jalisco, en México, Rulfo nos introduce de súbito en situaciones extremas, de absoluta intensidad que ponen en vilo al lector y que lo mantienen en suspenso, pegado a cada línea que va leyendo. No existen en el texto datos históricos subrayados; el lector, con el auxilio de los especialistas, puede intentar con cierta vaguedad fijarse en la época que transcurren los hechos que se narran…
No obstante, el interés central de la obra narrativa corta de Rulfo no se halla en su temática, sino fundamentalmente en aspectos formales, puesto que sus mismos argumentos pueden ser compartidos por otros autores de distintas partes del mundo. Es tanta la importancia de la forma que, de modo genérico, puede decirse que hay una manera «rulfiana» de contar, inimitable, única. Rulfo tiene una obra de páginas no muy numerosas, pues aparte de este libro escribió la novela Pedro Páramo y el guion cinematográfico El gallo de oro. Ahora bien ¿en qué consiste esta forma de narrar? […] Rulfo conoce bien a los innovadores de la técnica en el arte de narrar en el siglo XX, como Joyce, Faulkner, o Dos Passos, autores cuya principal característica es romper la línea del tiempo en la narración, no hacerla lineal, sino a saltos, yendo y viniendo de un pasado a un presente y dando la palabra, no solo en los diálogos, a narradores diferentes al omnisciente, que es como Dios, está en todas partes. Esos narradores diferentes son un narrador en primera persona, en segunda persona o en tercera persona del plural. Estos cambios de perspectiva tanto en el tiempo como en las personas que narran son administrados por Rulfo de manera concentrada, en un escaso número de páginas. Y esa sí es una característica propia, peculiar. Sus narraciones son como películas concentradas, como «cortos» densos, dramáticos, tensos y con finales casi siempre sorpresivos […] En los cuentos de Rulfo siempre aparecen muchos personajes, parece que pasa siempre lo mismo y de pronto se precipitan los hechos, en casi todo los casos, mediante el descubrimiento de algo dramático que compromete a todos, una muerte, por ejemplo.
La premisa no dicha, pero que aparece en toda la narrativa de Rulfo, es que no hay remedio. El hombre haga lo que haga no puede modificar su destino, y el destino de los personajes es el dolor y la muerte. No hay ningún cuento donde la esperanza o los logros prevalezcan…
[Texto de Marco Martos Carrera, Apuntes sobre El llano en llamas, de Juan Rulfo, para el “Boletín de la Academia Peruana de la Lengua”. https://revistas.apl.org.pe/index.php/boletinapl/article/view/954]
La voz de “los de abajo” brota en la configuración del mundo ficticio. El hecho de que la perspectiva adoptada por la narración sea por lo general la de los mismos personajes, y no la de un narrador “omnisciente” que narra “desde arriba” y “desde fuera”, no conduce a una inversión pura y simple de la perspectiva elegida para el desentrañamiento de lo real. En efecto, “Nos han dado la tierra” teje una serie de significados de los cuales llama retrospectivamente la atención la última frase del relato: “La tierra que nos han dado está allá arriba”. Esta referencia última es primordialmente espacial, y opone el “arriba” del Llano con el “abajo” del derrumbamiento por el que los caminantes bajaron hacia el pueblo. Pero esta oposición final recorre de hecho todo el texto: se halla implícita en el movimiento inicial de la conciencia del narrador, cuando busca asirse de algún referente y procede mediante la enumeración de diferentes ausencias, cuya “progresión” va, después de la elevación inicial de la mirada, de arriba hacia abajo, y de lo superficial hacia lo hondo: “ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada”…
Es menester dejar de confundir la presencia de un narrador segundo –al que se puede designar como narrador testigo– con la voz de la novela realista –donde se desdibuja la voz del autor “omnisciente” y las marcas de su intervención en el relato–[11] pese al uso de tercera persona gramatical que caracteriza a ambos. Este narrador testigo aparece en algunos cuentos de El Llano en llamas, como en el ejemplo anterior de “Nos han dado la tierra”. Sin embargo, las particularidades de su figuración concreta han pasado desapercibidas para la mayoría de los críticos, que suele asimilarlo, o bien a la voz narrativa “objetiva” de la poética realista, o bien a la “función” enunciativa abstracta de la concepción formalista, sin reparar en que no se asemeja a ninguna de ellas…
Ciertamente, las dos versiones cruzadas del narrador y el personaje difieren en cuanto a la reconstitución de los hechos […] Aun cuando la reconstitución de la sucesión cronológica de los hechos y la información diseminada en ambas versiones vuelven poco probable la primera de estas hipótesis e inclina la balanza en favor de la segunda, el hecho es que la respuesta a esta pregunta habrá de permanecer abierta…
En toda narración –sea esta la del protagonista narrador o la del narrador testigo– los movimientos y las modulaciones de la voz narrativa cumplen con orientar la perspectiva cognitiva y valorativa del oyente, y por ende la del lector. En varias narraciones de Rulfo, la figura del personaje narrador y la del narrador testigo pueden aparecer como no claramente diferenciadas, o asimiladas la una a la otra bajo la forma de oyente fantasmal pero activo, que funge de “doble” del lector oyente. Otras veces, las dos voces narrativas –la del protagonista y la del testigo– se presentan disociadas entre sí con toda timidez.
La insistencia de Rulfo en sus ingentes esfuerzos por "desaparecer" de sus propias narraciones no ha de confundirnos. En éstas, el narrador testigo no representa el punto de vista de Rulfo: tan sólo figura una de las perspectivas que ha de adoptar el lector en relación con el personaje narrador y su mundo. En cuanto al autor implicado –Rulfo, el escritor–, es quien se halla detrás de la composición y la arquitectura del texto: es quien selecciona y organiza la materia textual, y quien cuida de la debida ubicación del lector respecto tanto de esta organización compositiva como de las aperturas hacia el "extratexto" que dicha organización habrá de propiciar.
[Texto de Françoise Perus, presentación sobre El llano en llamas para la Enciclopedia de la Literatura en México. http://www.elem.mx/obra/datos/1921]