Miguel de Unamuno
Presentamos aquí dos de sus obras: el Sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo
Unamuno, Hijo de Salamanca
Tercer hijo y primer varón de los seis hijos que tuvieron Félix y Salomé. El padre, comerciante, llegó a ser concejal del Ayuntamiento de Bilbao, y murió en 1870 de una enfermedad pulmonar. En los Recuerdos de niñez y mocedad (1908) lo recordará así Unamuno: “Murió mi padre en 1870, antes de haber cumplido yo los seis años. Apenas me acuerdo de él, y no sé si la imagen que de su figura conservo no se debe a sus retratos que animaban las paredes de mi casa”.
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El 28 de octubre de 1873 comenzó en Bilbao la Segunda Guerra Carlista. La familia Unamuno vivía con estrecheces, aunque contaba con la ayuda de la abuela materna. El 21 de febrero de 1874, los carlistas bombardearon Bilbao, donde los liberales se habían amurallado. El niño Unamuno jugaba entre cascotes y escombros. Más tarde reconocerá que aquél fue “uno de los períodos más divertidos de mi vida”, y también el embrión de lo que, años más tarde, sería la primera novela del autor: Paz en la guerra. El 2 de mayo de 1874 entraron en Bilbao las tropas liberales, y en octubre de 1875, Unamuno comenzó los estudios de bachillerato…
En septiembre de 1880, Unamuno se trasladó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, y vivió al principio en una pensión de la calle de Hortaleza, esquina a Fuencarral. Esta experiencia ha dejado huellas en el relato inacabado Nuevo Mundo. Asistía a las clases en la Facultad, acudía al Ateneo —donde aprendió alemán leyendo a Goethe y a Hegel— y frecuentaba la Biblioteca Nacional y el Centro Vascongado. Desde 1881 colaboró regularmente en El Noticiero Bilbaíno, donde su firma apareció a lo largo de nueve años. Acabó sus estudios de licenciatura en 1883, a los diecinueve años. En 1884 se doctoró con la tesis titulada Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, dirigida por Antonio Sánchez Moguel. Pasó a vivir a la calle de Mesonero Romanos. Volvió poco después a Bilbao, donde trabajó como profesor interino de Latín en el Instituto de Vizcaya y dio clases particulares. Explicaba igualmente la asignatura de Psicología, Lógica y Ética en el Colegio de San Antonio. Fueron años de intensa actividad docente, en los que Unamuno llegó a explicar Retórica y hasta Matemáticas. De la tesis doctoral se deriva el trabajo titulado “Del elemento alienígena en el idioma vasco”, aparecido en la Revista de Vizcaya en 1886, y la conferencia en la sociedad “El Sitio”, de Bilbao, sobre “Espíritu de la raza vasca”.
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1913 es el año de uno de los ensayos más conocidos del escritor —Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos—, pero también de la colección de novelas cortas El espejo de la muerte y de las obras teatrales La venda y La princesa Doña Lambra. En 1914, coincidiendo con la publicación de la novela Niebla y la candidatura del autor al Senado, el ministro Bergamín firmó la destitución de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca, poco antes de cumplir éste los catorce años de permanencia en el cargo. Todavía en una carta escrita el día 31 de enero de 1916 y dirigida a Luis de Zulueta recordará Unamuno “la groserísima destitución del rectorado, sin aviso previo, ni queja, ni reconvención, ni petición de dimisión, y sin que hasta hoy se me haya hecho saber la verdadera causa”. En 1915 fue elegido concejal del Ayuntamiento de la ciudad, función que desempeñó hasta 1920. Entre 1916 y 1918, la Residencia de Estudiantes publicó los siete volúmenes de Ensayos que recogían casi toda la obra ensayística del autor, publicada hasta el momento, en algunos casos de difícil acceso. Mientras tanto, en 1917 aparecieron la novela Abel Sánchez y el extenso poema El Cristo de Velázquez. Se hacían cada vez más patentes sus diferencias con la Monarquía: el 15 de noviembre de 1917 publicó en El Día el artículo “Ni indulto ni amnistía, sino justicia”, que llevaba como subtítulo “Si yo fuese rey”, en el que podía leerse: “Si yo fuese rey dejaría que se discutiese mi realeza. Si yo fuese rey, por instinto de propia libertad, me sometería a la soberanía popular y sería un servidor del pueblo. Si yo fuese rey no sería rey”.
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En 1936, poco después de estallar la rebelión militar del 18 de julio, Unamuno efectuó a un corresponsal de la agencia International News unas declaraciones críticas contra el gobierno de Azaña que provocaron la derogación, el 22 de agosto de 1936, del decreto por el que, dos años antes, se había nombrado a Unamuno rector perpetuo de Salamanca. Desde la sede del Gobierno provisional de los sublevados en Burgos y a manera de réplica, el general Cabanellas firmó el 1 de septiembre otro decreto para confirmar a Unamuno en todos sus cargos. Unamuno, que en principio veía con simpatía el hecho de que las fuerzas militares tratasen de poner orden en la anarquía reinante sin pronunciarse por ello expresamente contra la República, reaccionó pronto ante la ola represiva de condenas y fusilamientos que se desató en Salamanca apenas instaladas en la ciudad las fuerzas rebeldes. El día 12 de octubre, en el acto literario celebrado en el Paraninfo de la Universidad, Unamuno intervino para declarar que “la nuestra es una guerra incivil” y que “vencer no es convencer”, junto a otras observaciones que exasperaron al general Millán Astray y a otros jefes militares y desencadenaron actitudes amenazadoras. Unamuno tuvo que salir del recinto acompañado por la esposa del general Franco. A raíz del incidente, el claustro universitario pidió la destitución de Unamuno como rector, y, por decreto de 22 de octubre, las nuevas autoridades nombraron a Esteban Madruga. Unamuno permaneció recluido en su domicilio, donde aún recibió algunas visitas, y murió el 31 de diciembre. Cuatro días más tarde, Ortega y Gasset escribía en La Nación: “La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio”.
[Biografía completa, exhaustiva y excelente en el texto completo: Unamuno y Jugo, Miguel de. Bilbao (Vizcaya), 29.IX.1864 – Salamanca, 31.XII.1936. Filósofo y escritor; en https://historia-hispanica.rah.es/biografias/44412-miguel-de-unamuno-y-jugo]
Narcisismo: inmortalidad y polémica
El narcisismo trascendental de Unamuno puede desglosarse en dos afanes radicales: ansia de inmortalidad y ansia de conflicto polémico. Los dos constituyen, como es obvio, propósitos de autoafirmación, incluso de regodeo en el propio yo. Que a don Miguel no le diera la gana morirse, así como que rechazara el abstracto consuelo de formas de supervivencia impersonales, no viene a ser más que una forma de asegurar con el mayor pathos que quería seguir siendo él mismo —en cuerpo, alma y memoria– para siempre jamás; que no buscara paz en esta vida ni en la otra, sino gloria conflictiva, disputa, esfuerzo y contradicción, significa que no entendía su yo como algo pasivamente recibido y acomodado a los requisitos del existir, sino como trofeo que debía conquistarse a sí mismo para luego asestarse al resto del universo, como un sello indeleble o un pendón victorioso…
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Un doble equívoco en este peculiar narcisismo: considerar el afán de inmortalidad como una preocupación ante todo religiosa, entender el ánimo agónico como simple cuestión profana, disputa civil o empecinamiento soberbio […]. Unamuno no quiere morir, pero sobre todo no quiere querer morir, no quiere verse obligado a querer morir. La duración de su alma, planteamiento religioso de una inquietud que no lo es, le interesa a partir de su no querer morir ni querer verse obligado a quererlo. Pero ¿hay algo menos religioso, más estrictamente impío, que no querer morir? ¿Qué otra cosa ordena nuestra religión sino precisamente aceptar la muerte? O mejor, lo que la religión manda, su precepto esencial, no es sino esto: has de querer morir. La verdadera vida del cristiano nace precisamente de su muerte, de su aceptación de la muerte, de su «sí, quiero» nupcial a la muerte.
[Fernando Savater en su prólogo a Del sentimiento trágico de la vida en la edición de Alianza]
Del sentimiento trágico de la vida
Agonía vital
Miguel de Unamuno comprende la agonía como una lucha, una batalla feroz que se sostiene entre la vida y la muerte: “(…) se puede morir sin agonía y se puede vivir y muchos años, en ella y de ella” (Unamuno, 1951, p. 942), es aquí en esta lucha eterna que reside el sentimiento trágico de la vida…
Tener conciencia de sí mismo implica la percepción inmediata de nuestra existencia, que se manifiesta en el dolor, en un dolor que no sólo es físico o anímico, también es reflexivo y espiritual, el cual es una toma de conciencia, es una posesión del dolor que permite al ser humano compadecerse a sí mismo y a los demás, al descubrir la propia desdicha descubrimos la desdicha de otros. La conciencia de la existencia nos muestra a nosotros mismos como siendo y existiendo, es gracias a esta conciencia de nuestro existir que podemos mantener la unidad y continuidad de nuestro ser, el cual despliega en el transcurrir temporal. La memoria, al ser una característica de la conciencia, se esfuerza por conservar nuestro pasado, nuestros recuerdos, que a su vez quieren ser porvenir. Aquello que rompe con la unidad y continuidad de la conciencia es la muerte. La muerte es la aniquilación del ser, es la suspensión de todo signo vital, es la pérdida de la conciencia. El ser humano ante la muerte se angustia y cae en una total agonía, pues no quiere dejar de ser, de existir, de ser conciencia…
Esta conciencia de la existencia se presenta como finitud y temporalidad, negar la finitud y la temporalidad es negar la conciencia de la existencia, es apostar por la eternidad y la inmortalidad. Es en el ámbito de la inmortalidad que el ser se da su existencia sin dejar de tener conciencia de esa finitud. Podemos decir que el ser en Unamuno se halla en conflicto consigo mismo “(…) y no puede existir sino en virtud de ese conflicto” (Meyer, 1980, p. 17).
La afirmación de la existencia proviene de la unión contradictoria entre la vida y la muerte, que desemboca en un intento de aniquilación como en un intento de preservación, los seres humanos, en su individualidad, no sólo quieren preservar su ser y por ende alcanzar la inmortalidad, sino también incrementar su propio ser, quieren ser todo para no reducirse a la nada.
[Paéz Ochoa, V. (2024). Del sentimiento trágico de la vida a la plenitud de plenitudes en la filosofía de Miguel de Unamuno. Murmullos Filosóficos, 3(5), 42–52. Recuperado a partir de https://revistas.unam.mx/index.php/murmullos/article/view/88416]
La necesidad de creer
En Del Sentimiento Trágico de la Vida (de ahora en adelante: Sentimiento Trágico), Miguel de Unamuno trata de justificar la adopción de la creencia religiosa partiendo de nuestra necesidad de no morir…
La primera premisa del argumento es expresada con claridad por Unamuno nada más empezar el Sentimiento Trágico. Dicha premisa puede ser formulada como sigue:
(1) Necesitamos la inmortalidad.
La inmortalidad descrita en (1) debe entenderse como un no morirse nunca, un mantener la unidad fenoménica, un no «romper con la unidad y la continuidad de mi vida». Dicho de otro modo: lo que necesitamos es seguir siendo, después de la muerte, los mismos que somos ahora.
La segunda premisa del argumento, también formulada en los primeros capítulos del Sentimiento Trágico, especialmente en el capítulo IV, puede ser reconstruida así:
(2) La creencia en Dios satisface la necesidad descrita en (1).
Aún cuando todas las religiones afirman la inmortalidad humana de uno u otro modo, dada la peculiaridad del sentido de inmortalidad usado en (1), no todas las creencias religiosas pueden satisfacer nuestra necesidad de no morir del todo…
Por razones similares, Unamuno concluye que el «Dios-Idea», el Dios racional de la teología escolástica, es también incapaz de satisfacer (1). Tampoco la visión beatífica sirve, pues ésta no es más que un «perdernos y anegarnos en Él» y, por tanto, conlleva una pérdida de nuestra propia unidad fenoménica.
La tercera premisa del argumento es la siguiente:
(3) Necesitamos satisfacer nuestras necesidades
Nótese que (3), aún siendo necesaria para el buen funcionamiento del argumento, no aparece de forma explícita en El Sentimiento Trágico. En cualquier caso, (3) parece ser obvia, en tanto que parece derivarse del propio concepto de necesidad, y, por tanto, es probable que Unamuno la diera por sentada. Una vez habiendo visto (1)-(3), podemos reconstruir el argumento de Unamuno como sigue:
Necesitamos la inmortalidad
La creencia en Dios satisface la necesidad descrita en (1)
Necesitamos satisfacer nuestras necesidades
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Necesitamos creer en Dios
[Oya Márquez, A. (2017). El argumento vertebrador del Sentimiento Trágico de la Vida, de Miguel de Unamuno. Daimon Revista Internacional de Filosofia, (70), 199–207. https://doi.org/10.6018/daimon/252731]
La agonía del cristianismo
Este libro fue escrito en París hallándome yo emigrado, refugiado allí, a fines de 1924, en plena dictadura pretoriana y cesariana española y en singulares condiciones de mi ánimo, presa de una verdadera fiebre espiritual y de una pesadilla de aguardo, condiciones que he tratado de narrar en mi libro Cómo se hace una novela. Y fue escrito por encargo, como lo expongo en su introducción.
Esta obrita reproduce en forma más concreta, y, por más improvisada, más densa y más cálida, mucho de lo que había expuesto en mi obra El sentimiento trágico de la vida. Y aun me queda darle más vueltas y darme más vueltas yo. Que es lo que dicen que hacía San Lorenzo según se iba tostando en las parrillas de su martirio.
Y no quiero cerrar este prólogo sin hacer notar cómo una de las cosas a que debe este librito el halagüeño éxito que ha logrado es a haber restablecido el verdadero sentido, el originario o etimológico de la voz "agonía", el de lucha. Gracias a ello no se confundirá a un agonizante con un muriente o moribundo. Se puede morir sin agonía y se puede vivir, y muchos años, en ella y de ella. Un verdadero agonizante es un agonista, protagonista unas veces, antagonista otras.
[Miguel de Unamuno, Prólogo a la edición española, Salamanca, 1930]
Adopta en 1924 el «estilo de la mística agónica—el de San Pablo, el «primer gran místico» [cristiano], y el de Santa Teresa de Jesús—. Tal estilo «procede por antítesis, paradojas y hasta trágicos juegos de palabras. Porque la agonía mística juega con las palabras, juega con la Palabra, con el Verbo. Y juega a crearla». Quien no entienda ni sienta esta paradoja, hasta el punto de ,engendrar la misma por dentro, insiste Unamuno, no comprende el cristianismo. Desconoce, pues, su esencia como agonía, que significa lucha, y el dolor del ensayista al escribir. En consecuencia, permanece ajeno a la agonía del cristianismo, tema del ensayo entero.
[Nelson R. Orringer en Pascal, portavoz de Unamuno y clave de La agonía del cristianismo, Cuad. Cát. M. de Unamuno, 42, 2-2006, pp. 39-73 ]
Unamuno junto a sus estudiantes. Foto de CordonPress