Lazarillo de Tormes
Anónimo, Lazarillo de Tormes.
Leer en línea, aquí; libro en pdf
Coordinadores [Estas páginas sólo son accesibles para los coordinadores de talleres, grupos y clubes de GLLE]
1. Introducción y Argumento
Lázaro de Tormes es un pregonero de Toledo que cuenta en primera persona, estilo llano y tono jocoso cómo ha llegado al «oficio real» (una plaza de funcionario, diríamos ahora) y a las circunstancias familiares en que se encuentra en el momento de escribir. Nacido en un molino a orillas del Tormes, a un tiro de piedra de Salamanca, su madre, viuda y necesitada, lo puso al servicio de un ciego cuyas astucias y malas artes le abrieron, paradójicamente, los ojos a la vida. Entró después en casa de un cura infinitamente avaro, con quien tuvo que reñir una batalla tan tenaz como ingeniosa y al cabo sangrienta para no perecer de inanición. Su tercer amo fue un presuntuoso hidalgo arruinado, al que no obstante Lázaro terminó por cobrar cariño, hasta el punto de mendigar para mantenerlo. Un vendedor de bulas (presumiblemente falsas) le enseñó luego a callar y no meterse en asuntos que no le concernieran muy directamente. Tras una temporada con un alguacil, en un quehacer arriesgado e ingrato, Lázaro, en fin, ha conseguido un empleo de pregonero municipal, gracias a la protección del Arcipreste de San Salvador, con cuya criada, además, se ha casado y vive feliz.
Es en esa etapa cuando Lázaro de Tormes se resuelve a consignar la relación de todas sus pasadas «fortunas, peligros y adversidades», para dar así contestación a la pregunta de un corresponsal anónimo (a quien trata de «Vuestra Merced») acerca de cierto episodio que en los primeros párrafos queda sin precisar: «Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso...» Pero en las últimas páginas se descubre que el episodio en cuestión son los rumores que corren por Toledo sobre si la mujer del pregonero ha sido o no ha sido y es o no es barragana del Arcipreste: «hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso...» Sólo entonces se advierte, retrospectivamente, que las estampas autobiográficas que Lázaro ha ido presentando a lo largo de la carta a Su Merced están en buena parte orientadas a explicar el comportamiento que practica o los toledanos le atribuyen en relación con el tal «caso»: transigir con la situación y no abrir la boca, para no perder la modesta prosperidad y el relativo bienestar que a la postre ha conseguido.
[de la “Presentación a la edición española”, de Francisco Rico]
2. Género: La novela picaresca.
La eclosión del pícaro tuvo que ver con el progresivo empobrecimiento de la población española y europea desde principios del siglo XVI. El crecimiento demográfico expulsaba del campo a la gente joven, que marchaba a unas ciudades entonces florecientes gracias al auge del comercio y las manufacturas; pero muchas veces esos jóvenes caían en la indigencia y recurrían a todo tipo de artimañas para subsistir. No es casualidad, por tanto, que Miguel Giginta, en 1583, utilizara por primera vez el término "picarismo" para aludir a la otra cara de la pobreza y el vagabundeo en su Exhortación a la compasión.
A diferencia de los verdaderos pobres, el pícaro era un personaje desarraigado, al margen de todo, sin patria y sin expectativas de tenerla, sin amores que lo atasen y lo vinculasen, obsesionado con sobrevivir sin valorar moralmente medios para conseguirlo, casi siempre perseguido por la ley, vagabundo de un lado a otro.
[Texto de Francisco Núñez Roldán, Pícaros, los bajos fondos en la España del Siglo de Oro para “National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/picaros-bajos-fondos-espana-siglo-oro_11291]
Claro está que dentro de un género literario que dura largo tiempo en fértil producción, el tipo ha de evolucionar. El pícaro inicial, el que nos refleja el Lazarillo, es en el fondo una buena persona. Es un muchacho de buen corazón, sin experiencia, al que la realidad circundante zarandea de mala manera y le hace sumirse en escepticismos y en fullerías. Sistemáticamente, la vida le puntea asechanzas de las que apenas sabe cómo zafarse, y acaba entregándose sin remedio y sin pena al medio que le exige defenderse y engañar. Pero no es un delincuente profesional, sino que le sobran cordura y viveza y le falta ambición. Cuando sus trampas acaban por ser desenvueltas en fracasos, llegan las palizas, los golpes, los ayunos, algún encarcelamiento. La resignación y la astucia afilándose son los únicos asideros que sobrenadan en su comportamiento. En cambio, el pícaro del XVII, ya avanzada y madura la novela, e incluso desintegrándose, parará en galeras, en la clara situación de una sociedad que necesita defenderse de él. Pero lo que no existirá nunca en toda la trayectoria de la novela es un solo pícaro necio o estúpido, ni tampoco desesperado de su suerte. Detrás de todo, por amargo que resulte, queda siempre flotando una vaga luz de esperanza, de volver a empezar, aliento de vida que no se resigna a caer en un silencio definitivo…
Lo picaresco se convierte en una forma de vida. Ya desde la cuna se condiciona el vivir por unos cauces que, siendo diferentes en cada personaje, están, sin embargo, alejados de lo que podríamos llamar ortodoxo en la contextura social de la España de los Siglos de Oro. Se trata de una vida vulgar, en la que no vamos a encontrar los arranques de heroísmo o de santidad a que la circunstancia histórica nos tiene acostumbrados, una vida casi alucinada, al borde del cotidiano portento. No; el pícaro se mueve en los medios menos literarios. Su genealogía no es, ni mucho menos, escogida, y sus procederes no revelan el ascetismo ni la profunda meditación. Lázaro es hijo de un molinero oscuro, y su madre se amanceba al quedar viuda; Guzmán es fruto de unos amores no muy limpios, y Pablos anda adoctrinado por una ascendencia en la que hay delincuentes, e incluso un verdugo. Una vez pasado este aprendizaje de los primeros años, el pícaro abandona a los suyos y se entrega a un vagabundaje por las tierras más cercanas, y más adelante por otras ya apartadas, lo que le sirve para exhibir ante nosotros el desfile alucinante de las clases sociales, de tipos diversos y encontrados, soldados, clérigos, hampones, alguaciles, gentes con oficio y sin él, etc. El pícaro, sirviendo a diversos amos, yendo de uno a otro como rebotándose, va aprendiendo la realidad hostil de la vida, oculta por los vestidos lujosos, las apariencias, los procederes encubiertos: el juez que se vende al juzgar, el médico ignorante, el pedantuelo sabihondo, el clérigo vicioso, la nobleza envilecida. Los años se van sucediendo, el pícaro crece en edad y experiencia y resentimiento, y desconfía de todo y de todos en perpetua defensiva. «Todos vivimos en asechanza los unos de los otros», dirá Guzmán muy significativamente. Para el pícaro no existe la vida afectiva: ni amor, ni compasión ni cosa parecida. Sólo verá en las mujeres el anzuelo para explotar los vicios y la engañifa, y cuando se encara con un alma virtuosa no podrá más que asombrarse, llegar al borde del pasmo, pero no se le planteará la necesidad de una imitación, de aprovechar ese ejemplo…
[Del libro de Alonso Zamora Vicente, Qué es la novela picaresca, editada por Columba (1962). Recuperada de https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/qu-es-la-novela-picaresca-0/html/ff70f412-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html]
Mapas
Ciudad de Salamanca